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Londres y el sur de Inglaterra

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el Libro de los Milagros de santa Foy, que escribió en parte Bernard, maestro de la escuela episcopal

de Angers. Paralelamente, el monasterio de Conques que poseía innumerables tierras y prados en un

radio de una veintena de kilómetros y que había acumulado bajo su influencia una población urbana

importante, no cesaba de extender sus posesiones en Rouerge y en todo el Occidente cristiano de

Santa Foy: de Cavagnolo, al Piamonte, a Horsham, en Inglaterra, Sélestat o incluso desde Bamberg,

en el mundo germánico, hasta Cataluña y Navarra. El "cartulaire" de la abadía - un manuscrito del

siglo XII que reúne cartas de donaciones- nos permite asistir a la construcción, durante cerca de

trescientos años, de un verdadero imperio monástico, suficientemente poderoso como para

salvaguardar su independencia frente a la influencia de Cluny que la ejercía en aquel entonces sobre

la mayor parte de las grandes abadías benedictinas, como San Géraud de Aurillac o San Pierre de

Moissac. Más aún, Conques supo rivalizar con la influencia de Cluny, en el momento de la

Reconquista de la España septentrional sobre los musulmanes, fundando iglesias o dando a los

obispos nuevas diócesis en Aragón y Navarra.

Pueblo monástico

E

l gran período de Conques, de mediados del siglo XI al primer tercio

d

el siglo XII, corresponde al de la construcción de la abadía. Bajo el

i

mpulso del abad Begon III (1087-1107) en particular, el monasterio

d

e Santa Foy llegó a su apogeo. Continuando los trabajos

c

omenzados por sus predecesores, Odolric (1031-1065) y Etienne II

(

1065-1087) en la nueva iglesia, Begon emprende la reconstrucción

d

e los edificios monásticos y del claustro.

El aumento del número de monjes lo hizo, sin duda, indispensable.

Conques se transforma entonces en un inmenso taller. "Hizo recubrir de oro numerosas reliquias" y

algunas de las más bellas piezas del Tesoro salieron de los talleres de orfebrería y de esmaltado que

se abrieron bajo su mandato. Al mismo tiempo está certificada la existencia de una escuela

monástica, con su biblioteca y su taller de manuscritos.

Paralelamente a la institución eclesiástica, una comunidad de habitantes se

agrupa progresivamente, reuniendo comerciantes y artesanos y liberándose

lentamente de la autoridad religiosa. Una carta fechada en 1288-1289

confirma, por ejemplo, la concesión de privilegios, sobre todo económicos por

parte del abad Raymond Dufour a una universitas de Conques, los líderes eran

los síndicos, por lo que reconocía implícitamente su existencia. A lo largo de

este siglo XIII, cada vez que un nuevo cargo eclesiástico asumía la más alta

dignidad, se veía obligado a renunciar a alguna parcela de poder; como el abad

Hugues de Panat, que en 1250 se vio obligado a aceptar que en lo sucesivo no

recibiría de la población "tallas, colectas o diezmos". Y si nos remontamos más

atrás en el tiempo, está confirmada por un texto de principios de este siglo, la

presencia en Conques de cuatro miembros de la magistratura de trabajo,

calificados ya como cosols (cónsules).

Nació pues un consulado que iría creciendo dada su gran influencia en el terreno económico. Poco

después del año mil, el Libro de los Milagros de santa Foy revela la existencia

de una "ciudad importante, asentada en la colina por encima del monasterio".

En efecto, una pequeña ciudad se desarrolló en la vertiente soleada de la

abadía, protegida por un cinturón amurallado, perforado por puertas

fortificadas y flanqueadas por algunas torres. Una red de callejuelas, algunas

pavimentadas, comunicaban en otros tiempos los lugares santos y los

diferentes barrios habitados. A pesar de la pendiente del terreno, varias fuentes

procuraban agua a los habitantes y un mercado medieval constituía el corazón

de los intercambios económicos.