

Se nos acaba Venecia, pero aún hay una última pequeña excursioncilla que podemos hacer. Nos pilla
de paso, cerca del final del recorrido del vaporetto, y, sin ser nada del otro mundo, es una visita
curiosa. Se trata del ghetto. Les hemos hablado de ello a los niños y tienen curiosidad por verlo. Así
que bajamos en la parada del Casino y echamos a andar por callejuelas por las que no ves ni un turista,
hacia el
ghetto ebraico
de Venezia.
El ghetto no tiene nada, nada de nada, más allá de un par de placas conmemorativas de la persecución
a los judíos en la Segunda Guerra Mundial y un museíto y una sinagoga que no merece la pena visitar.
Pero lo curioso del ghetto de Venecia es que está lleno de judíos ortodoxos andando por sus calles,
con sus tirabuzones, sus sombreros, sus trajes negros… Es un barrio tranquilo, residencial y soso, pero
sentarse en un banco en la placita central del ghetto y observar la vida cotidiana de la comunidad
judía, es peculiar. En una esquina, un adolescente con el traje ortodoxo vende algo en una mesita. En
una trattoria kosher cuya carta tiene más reminiscencias de oriente medio que italianas, una pareja
madura, él con kipá, se toman un vino. Otros dos jóvenes ortodoxos caminan a paso rápido camino
de la sinagoga (¿quizás estudiantes de la Torá debatiendo sobre los textos sagrados? ¿o del partido
del Milan contra el Lazio?). Nada del otro mundo, la vida cotidiana del barrio, pero es como haberse
trasladado a un barrio de Israel por un momento.
Llega el momento de marcharse. Dejamos nuestro banco y echamos a andar hacia Piazzale Roma, a
coger el autobús que nos dejará en el camping. Les preguntamos una vez más a los niños si les ha
gustado Venecia: mucho, les ha gustado mucho, probablemente lo que más de toda Italia.
Ha sido una visita relámpago. Una visita turística de postal. Venecia necesita más días para explorar
sus rincones, para tirarse a descansar en Punta Dogana, junto a Santa María della Salute, para
contemplar San Marco desde enfrente y dejar pasar el tiempo contemplando el tráfico del Gran Canal.
Vivir Venecia es descubrir por casualidad los talleres de góndolas, o encontrar pequeños canales
desecados para su dragado; pasear por barrios donde no hay turistas y sí ropa tendida en las ventanas;
meterse por callejones por los que apenas se pasa y cruzar puentecillos sobre canales de aguas