Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Pero hoy, el solo aroma que emana del contenido de ese recipiente, de inmediato me invita a
saborearlo plácidamente hasta el final. Y así lo hago, casi grotescamente diría. Cojo la pequeña
taza blanca y observo el café con leche humeante; mientras, el reflejo de los rayos de sol que
entran por una pequeña callejuela y sin permiso, se posan sobre nuestra mesa y me dejan ver
cómo se desprende el humo; cierro los ojos, lo acerco a mis labios, tomo un pequeño sorbo y lo
saboreo como el que reconoce un exquisito vino manchego. El resultado es un deleite absoluto. A
riesgo de exagerar, creo que en pocos lugares me he tomado un café tan a gusto y tan bueno
como me lo he tomado aquí. Y mientras, a nuestro lado, la cara opuesta de la tranquilidad
cafetera. Un bigotudo y rubio alemán, con su rubia y pecosa compañera, se devoran con ansia
medio costillar de cordero como el que tiene hambre de tres días. Paradojas del comer.
El repique de unas campanas, nos lleva hasta la Schlosskirche (iglesia del palacio) en la
Schlossplatz (plaza del palacio). Entre un olor agradable y el humo de sándalo, se celebra una
exigua misa. La gente murmulla sus rezos y los sacerdotes hacen sonar campanas y carillones.
Es una liturgia rápida, breve; como si la religión requiriera de urgencias. Al salir de la iglesia nos
topamos con la belleza de la plaza porticada del palacio, una plaza casi triangular, robusta y muy
tranquila. La decoración de las paredes de los soportales, con pinturas de escenas cotidianas de
la historia del pueblo, es espectacular. Aquí, bajo los arcos, aprovechamos para realizar la compra
de algún recuerdo para la familia. Siempre viene bien tenerla contenta, se lo merecen.