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Domingo, 20 de marzo
Salimos a las 9,15 h. La carretera es secundaria y el paisaje
que nos acompaña es llano. Vemos campesinos trabajando la tierra
con sus propias manos, nada de máquinas; muchachos
transportando agua en cántaros amarrados a un burro y todos nos
sonríen y nos saludan ¡vaya gente! Hacemos una brevísima parada
para apreciar las vistas desde un mirador precioso, donde hay
varios puestos de fósiles y minerales. Seguimos camino al Bosque
de los Cedros por una carretera de montaña estrecha y en
regulares condiciones. “El Bosque de los Cien Acres” (el de Winnie
the Pool; lo siento, es que mis hijas están en esa edad) como
acabamos de bautizar a este precioso lugar nos renueva a todos la
energía para proseguir el viaje. La temperatura es excelente y
bajamos dispuestos a dar un buen paseo para estirar las piernas y
disfrutar del entorno. A la entrada del bosque está el Cedro
Milenario, cuyo tronco acoge a todos nuestros hijos en una foto
preciosa, al que rodean puestos de venta de fósiles, cerámica, etc.
Ninguna nos resistimos y Paqui y yo empezamos a practicar el
regateo y el trueque más auténtico de la mano de nuestra
compañera Lucía, la maestra en este arte. Cogemos un camino de
tierra que se adentra en el bosque y por fin les vemos, familias
enteras de macacos en libertad. Habíamos comprado cacahuetes y
les dimos de comer. Todos lo pasamos de maravilla, pequeños y
mayores, disfrutando del momento.
Por todo el camino nos hemos encontrado niños y niñas
haciéndonos señales para que paremos. Van descalzos y vestidos
con harapos. Esa es la parte de Marruecos que más nos entristece y
ese sentimiento junto con la impotencia que sentimos nos
acompaña siempre. Todos nosotros llevamos sacos con ropa,
zapatos, juguetes, bolígrafos, etc. y no podemos si no hacer breves
paradas para intentar paliar la situación dentro de nuestras
posibilidades que son pequeñas, minúsculas e insignificantes pero
son las que tenemos. Durante las cenas y tertulias tras las comidas,
planteábamos nuestras inquietudes al respecto: si estábamos
haciendo algo correcto, si realmente lo hacíamos pensando en ellos
o sólo para acallar nuestras conciencias; ambas cosas,
seguramente, pero era nuestra única manera de colaborar, no
hacíamos daño a nadie y, en cambio, conseguimos muchas
sonrisas.
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