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que casi no se respetan. Cruzando la Mezquita y la carretera,
llegamos a la Jamma y aquí sí, aquí Marraquech es donde se
muestra en todo su esplendor, convirtiéndose en visita obligada. El
olor a comida envuelve todo y la música hace el resto, tomando al
visitante como uno más, comprobando in situ la magia de la que ya
nos habían hablado nuestros compañeros Lucía y Jerónimo; esta
plaza tiene vida propia, transmite vida en cada rincón y es una
gozada disfrutar de ella por la noche. El espacio es muy grande,
acogiendo a músicos, bailarines, cuentacuentos, artistas, sacadores
de muelas, adivinos y encantadores de serpientes, todo ello
alrededor de decenas de pequeños restaurantes o puestos de
comida que ofrecen toda clase de especialidades (incluso hay uno
que nos llama especialmente la atención donde se venden sólo
huevos cocidos que la gente se come metidos en pan). Estamos
alucinados, la verdad, maravillados por el ambiente, felices de estar
aquí. De pronto, un chico nos reconoce y nos hace señas para que
nos acerquemos a su restaurante. Es un chico que conocimos en las
Dunas. Sus compañeros salen a nuestro encuentro y forman tal
fiesta para que nos quedemos a cenar que es imposible negarse. Se
ríen, cuentan chistes, hacen gracias, nos abrazan, nos cantan, los
mejores showmans que he visto jamás. Nos sentamos todos y
compartimos una abundante cena de cus-cus, calamares, patatas,
pinchitos de cordero, pollo y pastela. Ahora, después de la cena,
empezamos a notar el cansancio acumulado por los kilómetros del
día, así que tras un breve vistazo a las tiendecitas decidimos
dedicar a la Medina el día siguiente completo y quedarnos a pasar
las dos noches en el parking donde estábamos.
Jueves, 24 de marzo
Nos levantamos dispuestos a perdernos en la Medina de
Marraquech y eso es literalmente lo que hicimos. Durante toda la
mañana paseamos por un laberinto de colores, olores y sabores
(qué buenos están los pastelitos!), disfrutando de las minúsculas y
estrechas callejuelas que se cruzan unas a otras. Estábamos
maravillados ante tal exposición de artesanía: zapatillas, vestidos,
cerámica, metales, objetos de madera pintados con vivos colores y
joyas. Ni que decir tiene que fue inevitable no caer en la tentación
de realizar algunas compras mientras la mañana pasaba
rápidamente admirando la belleza de la Plaza de la Brujería, La
Puerta de Oro, los colores de las especias en pirámide, el olor de
los dátiles, etc. Nos divertimos muchísimo hablando con todo el
mundo, regateando, comiendo y probándonos gorros y zapatillas.
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