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acompañaba también el hijo mayor de la señora, que hablaba un
poco español. Salieron a recibirnos dos muchachas jóvenes que se
alegraban como si fuésemos familiares que hacía tiempo no vieran.
Las chicas nos tocaban, nos cogían de las manos, se reían y nos
enseñaron las habitaciones de la casa. En el “salón” (lo que
nosotros conocemos como tal) estaban apiñadas las camas y en el
suelo había muchas alfombras descoloridas y cojines que nos
ofrecieron para volver a servirnos té (cada vez me gustaba más y
no nos planteamos en ningún momento cómo lo estaban haciendo
ni el agua que usaban). Tras muchas risas con las chicas que eran
muy simpáticas y se hacían entender con gestos, la señora nos
enseña el pequeño huerto, donde tenían los animales, la “cocina”
(sólo había un horno hecho de piedra y adobe) y la habitación de la
chica recién casada que era su nuera. La muchacha, muy feliz, nos
muestra su álbum con las fotos de la boda, el mueble donde guarda
la dote (¡Dios mío! Eran vasos, platos, flores de plástico, cucharas,
tenedores, cosas que normalmente nosotros no valoraríamos) y sus
vestidos. La habitación tiene dos camas y en ella viven los recién
casados. Nos cuenta que antes iba a la escuela y nos muestra su
libreta con escritura árabe, pegatinas y dibujos. El tiempo pasaba
rápido y la compañía era muy agradable, debíamos irnos pero nos
vuelven a servir té y ahora la buena señora lo acompaña con un
trozo de kesra (pan achatado que se hace en las casas. El pan es
casi sagrado y se ofrece con generosidad, como símbolo de
convivencia y solidaridad) hecho por ella. Después de comer y
beber (ahora también nos acompañaba nuestra compañera Paqui
que se había unido al grupo) y disculparnos varias veces por tener
que marcharnos, por fin conseguimos levantarnos del suelo y
vemos cómo en la puerta nos están esperando, impacientes,
nuestros maridos. La chica recién casada me pide acompañarme
para ver la auto y así hacemos. La señora acompaña a Lucía a
quien ha regalado varias objetos personales, entre ellos un vestido
precioso (imaginaos! Un vestido suyo! Me parece lo más en cuanto
a generosidad) Después de muchos besos y abrazos nos vamos con
la adrenalina al máximo.
Nuestros respectivos maridos nos cuentan que la situación con
los chavales fuera de las caravanas se hizo muy incómoda porque a
Mendoza intentaron abrirle la puerta, pegaban en las ventanas,
daban toques para llamar la atención, etc. Nosotras, sin embargo,
habíamos vivido una experiencia inolvidable.
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