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mañana a las 5,30 horas de la madrugada nos recogerían en
camello para ver amanecer en el desierto.
Debo decir que el albergue estuvo bien para los que llevamos
autocaravana porque no necesitamos electricidad, ni duchas ni
servicios, a cambio disfrutamos del maravilloso entorno que nos
rodeaba, la comida, la música, etc. pero no para nuestros amigos
Sebastián y Paqui, que llevaban caravana. El dueño del albergue,
consciente de la diferencia y tras una breve pero fructífera charla
con Sebastián, les facilitó una habitación para que pudieran
ducharse cómodamente. Así
todos contentos.
Nos acostamos tarde y cansados pero felices, soñando con el
desierto.
Lunes, 21 de marzo
Me levanto sin necesidad de despertador. Antonio y Sara se
quedan en la auto y yo despierto a Ana que rápidamente está
preparada para nuestra aventura juntas. Salimos intentando hacer
el mínimo ruido y vemos a Mendoza, que se acerca con una linterna
y nos avisa de que los camellos ya están esperando. Es totalmente
de noche y aún no apreciamos la belleza del paisaje que nos rodea.
Subimos a los camellos (cada adulto con un niño) y emprendemos
la marcha, ilusionados, expectantes al amanecer, cumpliendo el
reto del viaje.
Amanece lentamente y poco a poco tomamos conciencia de la
inmensidad ocre-naranja que nos envuelve. Subimos y bajamos
dunas durante cuarenta y cinco minutos en los que no podemos
dejar de admirar el paisaje y sentirnos privilegiados por pertenecer
un poco a él durante este breve espacio de tiempo. Tras subir una
duna más alta y grande que las demás, se abre ante nosotros un
precioso valle anaranjado. Allí, bajo esa placidez, permanecemos
una hora jugando con los niños, disfrutando de la salida del sol
poco a poco. Mendoza, el compañero más atrevido, sube una duna
muy alta, aún más alta que la que nos acoge. Desde ella el valle se
hace interminable. Todos disfrutamos de lo perfecto y limpio del
paisaje.
El sol aprieta y la brisa que hacía por la mañana deja paso a
una temperatura de pleno verano. Todos empezamos a tener buen
color en las mejillas. Iniciamos el regreso al albergue, que ahora sí
divisamos muy bien desde los camellos conforme nos vamos
acercando y comentamos lo bonito y pintoresco que resulta el
lugar; del mismísimo color de las dunas se eleva imitando a una
Kasba en la inmensidad de la nada y a la vez del todo.
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