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Dejando atrás la Garganta, pasamos por los palmerales del
Ziz, que forman un oasis de película en los que no falta la Kasba
dominando la postal. El río Ziz baña en sus orillas pequeños y
bonitos pueblos rodeados de palmerales.
Er-Rachidia es la población que nos encontramos a
continuación y nos llama la atención el color teja en la mayoría de
sus casas y la cantidad de personas en la calle: en bici, en burro,
andando, corriendo, en carro…lo que nos hace mantenernos más
alerta para no enturbiar demasiado el trasiego de la misma con
nuestras autos. Sigue pareciéndome curioso y después lo
comentaríamos en varias ocasiones, cómo en cualquier rincón, en
todas partes (incluso en la oscuridad de la noche sólo iluminada por
la Luna) siempre aparece alguien. Aquí, Er-Rachidia, hay grupos de
personas sentadas en la tierra, a ambos lados de la carretera,
pasando la tarde del domingo: jugando, charlando, simplemente
allí, mirando la carretera.
Era ya noche cerrada y estábamos a punto de entrar en
Merzouga cuando nos encontramos a nuestros amigos, Piki y
Enrique (más conocidos como Abueletes) que nos hacen luces para
que paremos al borde la carretera. Los demás no se dan cuenta y
siguen el camino. Nosotros compartimos un rato de animada charla
con estos viajeros todo terreno que nos regalan espárragos de
Marruecos y nos indican algunas cosillas que no debemos perdernos
durante el viaje. Nos despedimos de ellos y un poco más adelante,
nos encontramos con nuestros compañeros que, paralelamente,
habían conocido a Mohamed.
Mohamed, según nos contaron, surgió de la oscuridad (ya no
nos parece raro) cuando nuestros amigos habían parado para
esperarnos, ofreciéndoles alojamiento en el Albergue Erg-Chabbi, a
pie de duna. Prometió cena, música y buen té, lo que resultó
imposible de rechazar no sólo por nuestro cansancio sino también
por lo atractivo de la oferta. Guiados por Mohamed, a pocos metros
nos encontramos con el Albergue que, de noche, nos resultó
encantador, con su tenue iluminación y la decoración que pudimos
observar. Dejamos las autos en la puerta y nos acompañaron al
salón comedor, donde cenamos sopa (Harira), guisado de pollo y
patatas, guisado de huevo y pescado, postre (rodajas de naranja
con canela, aderezadas con azahar y azúcar) y té; amenizaron la
velada con música y pasamos un rato muy agradable. Nos pusimos
de acuerdo, tras un largo regateo con el dueño del albergue, y
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