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quedan en absoluto cubiertas. La kasba alberga un hotel y lo único
que te dejan visitar es el salón de abajo, donde te sirven té.
También subimos a su terraza pero no nos pareció nada del otro
mundo, excepto por la vista del valle que la rodea. Lo que más nos
gustó de esta parada fueron las alfombras que conseguimos
adquirir en la tienda que hay junto a la Kasba.
Continuamos ruta y la carretera es regular.Vemos las
montañas nevadas y el paisaje deja de ser tan llano. Paramos en el
pintoresco pueblo de Aït Benhaddou, escenario de numerosas
películas. Aquí, además de aprovechar para hacer compras y
disfrutar de las preciosas vistas del pueblo y las murallas, también
hacemos el almuerzo. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO, el pueblo no deja de recibir turistas durante el tiempo que
permanecemos en él, presentando una imagen cuidada y muy
hermosa.
Después de una laboriosa mañana regateando en las compras
y alguna que otra anécdota como la pulsera que me regaló mi
marido, partimos rumbo a Marrakech. A todos nos apetece llegar a
esta ciudad que consideramos imprescindible en nuestro periplo por
el país.
La carretera sigue siendo regular: estrecha y sin arcenes. Los
Abueletes ya nos habían advertido de la particularidad de la misma
y de un detalle que comprobamos in situ; durante todo el camino
ves cómo pequeños y mayores muestran a los coches minerales
misteriosamente brillantes y de vivos colores, rojos, azules,
naranjas, lilas, rosas… Lucía para y coge uno, se chupa el dedo y lo
pasa por la zona brillante del mineral; todos nos echamos a reír
(incluso el vendedor) cuando comprobamos que se trata de
mercromina, tal como nos habían contado los Abueletes. Tened
cuidado porque son bonitos pero no reales!
La carretera es de montaña y tiene muchas curvas; la
recorren numerosos pueblos rojizos y varias veces hacemos
paradas para repartir ropa, zapatos, comida y juguetes. No nos
deja de sorprender la miseria que se ve en algunos lugares y cómo
los niños cuando nos ven parados corren desde todos los rincones
para acercarse. Siempre, aunque te rodee la nada, aparece alguien.
Llegamos a Marraquech cansados y después de dar varias
vueltas, pedimos a un taxista que nos lleve al parking frente a la
Mezquita Koutoubia, donde dejamos las autos encaminándonos a la
Place Jamma el –Fna. Marraquech es una ciudad como otra
cualquiera con ruido de coches, gente por todas partes y semáforos
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