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La biblioteca, aunque fue bombardeada, ha sido reconstruida y no tengo ni idea cuántos se

pudieron salvar de los 2.000.000 de volúmenes que tenía.

El barrio de Barcasija tiene muchas callejuelas donde hay tiendas y artesanos de todo tipo,

muchísimas tiendas con productos que yo -que conozco Turquía muy bien- puedo afirmar que,

en más de un 50%, proceden de Turquía. Hay mucha gente que pide por las calles y muchas

madres con niños. Venden balas procedentes de la guerra, convertidas en llaveros objetos

para el turismo, algunas maravillosamente talladas.

Algo especial de Sarajevo son las rosas rojas que están por todas partes de la ciudad y son las

huellas de las explosiones de granadas y morteros que lanzó Serbia entre 1992 y 1996 y

mataron a tantas personas. Los huecos que dejaron se han llenado con resina roja y perpetuán

el recuerdo de los que murieron.

Hay un lugar que es el Mori Ham que era un antiguo caravasar donde se alojaban en la

antigüedad los caravaneros, hoy convertido en hotel, donde merece la pena acercarse a tomar

un café y verlo.

Ver también la Madraza, aunque yo prefiero llamarla Medersa Kusumlija, y la Sinagoga judía

hoy

convertida

en

Museo.

Hemos comido en un restaurante de la zona, Cevani, que es un plato típico del país. En las

cafeterías se puede ver a muchas personas fumando en Shishas, entre ellas mujeres.

Continuamos por la calle principal que es la Avenida Ferhadija que desemboca en el

monumento a los caídos, con una llama eterna.