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Yo, con mi italiano de garrafón: “

Tre adulti e un bambino

”. Y la de la taquilla:

“¿Qué edad tiene el

niño?

”. Toma ya.

Antes, si querías ver el Palatino, pagabas el Palatino. Si querías ver el foro, pagabas el foro. Y si querías

Coliseo, pues Coliseo. Ahora pagas todo junto, aunque sepas que el Palatino y el Coliseo te lo podrías

ahorrar perfectamente.

Me dan las entradas y me indican que pase… ¡sin esperar la cola! Alucino: ¡la cola es para los que traen

las entradas ya compradas! Llamo por teléfono a Mari Jose, que espera cien metros más atrás, y le

digo que p’alante como los de Alicante, que tenemos entrada VIP. Al final, ha salido bien lo de no

comprarlas online.

Foro, Palatino… mi hija y yo somos romanófilos a tope, pero hoy no es el día: con el sol cayendo a

plomo y en medio de aquel descampado sin una sombra, visitar las ruinas es una tortura. Encima, mi

mujer y yo ya las conocemos, y aunque están bien, pagaríamos lo que nos ha costado la entrada por

una cafetería con aire acondicionado.

Dos o tres horas más tarde hemos terminado la visita y salimos hacia el Campidoglio. Cuesta arriba.

Sol de plano. 36º, dicen que hace, pero se sienten como más de 40º, y seguramente se pasa de esa

cifra a pleno sol. Estamos todavía con los flecos de una ola de calor que ha asolado media Europa,

ideal para patear ciudades. Mira que me gusta a mí el Campidoglio, me parece un rincón maravilloso

de Roma, pero hoy sólo queremos sentarnos a la sombra que hay junto a la fuente. El verano no se

ha hecho para el turismo urbano.