

por lo que me parece entender, por alguna razón deben ser de los últimos y va para largo. “
Mi
dispiace
”. A mí me
dispiace
más, pero qué se le va a hacer.
En esto que se me ilumina la bombilla: ¿seré tonto? ¡Leches, que puedo desenganchar y dar la vuelta
a mano! Dicho y hecho. Al vernos, el estibador enseguida viene hacia nosotros y nos echa una mano.
En un minuto, conjunto girado y reenganchado. El tío entiende de esto, se asegura junto conmigo de
que está todo bien enganchado, incluido el cable del freno. Le damos las gracias y nos marchamos.
¡Deprisa, deprisa, por aquí! El desembarque es frenético, y en menos de un minuto hemos salido del
barco. Más estibadores-guardias de tráfico indicándote que sigas por aquí o por allá, y en nada ya
estamos en la carretera. Cogemos dirección Roma y ponemos rumbo al camping, el Seven Hills, en las
afueras de la ciudad.
Llevamos el camino bien estudiado, con las principales indicaciones anotadas para que el GPS no nos
juegue una mala pasada. Y aun así, no sé cómo conseguimos equivocarnos de salida metiéndonos por
una carretera secundaria. En vez de coger el “
Grande Raccordo Anulare
” de Roma, nos hemos metido
entre sembrados. Cojonudo, con 7 metros a la espalda. Pero no sabemos ni dónde nos hemos liado,
así que ya no nos queda otra que seguir el navegador y cruzar los dedos para que no nos meta por
algún sitio inaccesible.
Un recorrido que iba a ser todo autovía se convierte en un tour por la Italia rural, pero al final llegamos
a La Giustiniana, el pueblo donde está el camping. Yo me he estudiado en detalle el acceso (que no
está nada bien indicado desde la carretera) con Google Street View, pero lo he hecho viniendo desde
la circunvalación de Roma, y ahora hemos entrado al pueblo en dirección contraria. Voy fijándome,
que no se me pase la salida, que ahora debe quedar a la izquierda, desde esta carretera que cruza el
pueblo. ¡Ahí, ahí era, era esa calle! Lo típico, lo veo justo cuando paso por delante.
¿Y ahora dónde coño doy yo la vuelta? ¿Habrá alguna rotonda ahí delante? Seguimos, seguimos…
llegamos a otro pueblo sin haber encontrado ningún sitio donde dar la vuelta, y sigue sin haber
rotondas. ¡Joder, como sigamos terminamos en Roma! Veo una pequeña zona de aparcamiento a la
derecha, una de esas en forma de “vía de servicio” con respecto a la calle-carretera principal que cruza
el pueblo, y decido meterme por ella para salir por el fondo y dar la vuelta. Es arriesgado, porque es
estrecha, pero no veo otra…
Entramos y, despacito, despacito, pasando entre los coches aparcados a ambos lados, llegamos al
final, donde se incorpora a la carretera y donde espero girar 90º a la izquierda para volver por donde
veníamos. Pero no: la caravana no gira. Coches a ambos lados, giro cerrado… por ahí no pasamos.
Venga, sin perder ni un segundo, todos abajo: a desenganchar y girarla a mano. Ni “mover” ni leches,
no vamos a perder tiempo. Un “aparca” (o “gorrilla”) indio o pakistaní que hay por allí viene a echar
una mano. En un pis-pás hemos movido la caravana a mano y reenganchamos ya apuntando hacia
afuera, entre el regocijo de los transeúntes que han pasado un rato curioso. Le doy las gracias al indio;
luego me doy cuenta de que ya podría haberle dado un euro, pero ni se me ocurre. Da igual, él sonríe
y nos dice adiós, muy amable.
Ahora hay que salir a la carretera hacia la izquierda. No hay semáforos y el tráfico es constante. Si
espero que no vengan de un lado, vienen del otro. Y esto es Italia: aquí es la ley del más fuerte, nadie
para hasta que no tiene más remedio, nadie cede el paso, hay que ganárselo.
No estamos para tonterías, mando a Mari Jose que se baje y me pare el tráfico. Cuando veo que por
la izquierda tengo un hueco, saco el morro para cortar a los que vienen por ahí (en el poco tiempo que
llevo aquí ya he aprendido a conducir a la italiana) mientras Mari Jose hace de guardia de tráfico