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Subo al barco por una pequeña rampa y aquello parece un parking gigantesco, de varias plantas. Desde

la planta a la que accedes surge una rampa hacia abajo y otra hacia arriba, es decir, al menos 3 plantas

de aparcamiento. A mí me dicen que suba. Allá vamos.

El parking está lleno de estibadores que más bien parecen guardias de tráfico, indicando tú para aquí,

tú para allá. Todo deprisa, deprisa, no hay que perder un segundo. Me dice uno en italiano que me

vaya por ese carril hasta el fondo, donde se ve a lo lejos una escalerilla que sube por la pared. Le hago

caso. Cuando llego, hay otro que me dice que avance hasta pegarme bien a la pared. Yo miro a mi

alrededor y veo a todo el mundo al revés, todos los camiones, autocaravanas y coches apuntando en

dirección contraria, hacia fuera. Es decir, en posición de desembarcar. A mí quiere arrinconarme con

el morro del coche contra la pared, encajonado entre camiones. No quiero imaginarme cómo salir de

allí marcha atrás cuando lleguemos a Civitavecchia… Así que me bajo del coche, me acerco a él, y

medio en español medio por señas le digo que si no será mejor que dé la vuelta (ahora hay sitio, que

todavía está medio vacío) y lo meta ahí de culo. Pero me dice que no hay problema, que “

domani

saldré cuando hayan salido las filas de camiones de al lado, y entonces podré girar 180º sin problema.

Ah, pues vale. Así que aparco y salgo del coche.

Nadie te dice dónde ir. Te encuentras en un parking gigante, rodeado de camiones enormes (con todos

tan pegados, con tan poco sitio para moverte entre ellos, te parecen gigantescos), con coches y

camiones llegando y moviéndose a bastante velocidad (los estibadores no paran de meter prisa). Hay

más peligro de ser atropellado en el parking del ferry que en las calles de Nápoles. No sé por dónde

salir. Veo una puerta cercana, me acerco y detrás veo una escalerilla de mano, estilo alcantarilla. Me

da que por ahí no va a ser…

Entre el caos, decido seguir a la gente que va saliendo de los coches y camiones. Parece que aquí

cuentan con que todo el mundo es un camionero harto de hacer esta ruta y que se las sabe todas,

porque no te dicen nada. Siguiendo a la gente, cruzo entero todo el parking y consigo salir por una

puerta donde sí hay escaleras llenas de gente que sube desde la planta de abajo, y más gente subiendo

a la de arriba. Pues a subir.

Salgo de la escalera del parking (que parece la de un pesquero o barco mercante, muy industrial) y

casi recibo un shock: de repente me parece estar en la recepción de un hotel de 4 estrellas. Caramba,

no me lo esperaba. Había leído bastante sobre estos ferries, y poco bueno, así que esperaba algo

cutre, pero el aspecto del interior no está nada mal.

Llego al camarote, donde ya está el resto de la familia. Un camarote pequeño, atestado de gente en

ese momento (mi familia). Esto sí es un poquito cutre: las puertas del armario rotas, malas calidades…

pero para dormir no se necesita más. También tiene un pequeño baño estilo tren, avión… o caravana.

Dejamos los trastos y salimos a cubierta. A explorar. Jo, no está mal el barco, tiene bar con terracita

en cubierta, con su piscina y todo (eso sí lo había leído, así que hemos traído bañadores por si las

moscas). Ahora es de noche, así que tras echar un vistazo, vamos a cenar los bocatas que traemos de

casa. En la cubierta de popa hay unos bancos y nos instalamos allí. Terminamos justo cuando están

entrando los últimos camiones. Suben los portones y el barco empieza a maniobrar para dejar el

muelle.

Zarpamos de Barcelona en hora (¡si todo el mundo decía que nunca es puntual!), y nos hacemos las

típicas fotos con las luces del puerto y demás. Luego, un rato a explorar el barco (restaurantes,

cafeterías, pequeño casino, zona de juegos…mucho más de lo que esperábamos, la verdad) y a dormir.