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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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La fabricación de relojes de madera grabada se desarrolló rápidamente en la Selva Negra. La
gente buscaba formas de ocupar su tiempo de manera productiva durante los fríos meses
nevados del invierno, y la elaboración de relojes les ofreció esa posibilidad. La madera era
abundante y los relojes primitivos se hacían enteramente en madera, hasta los engranajes.
El reloj cucú tradicional se fabrica en madera embellecida con un techo inclinado y algún motivo
selvático grabado, como por ejemplo una cabeza de venado o un racimo de hojas. Unas pesas de
hierro fundido en forma de piñas y suspendidas de cadenas activan los engranajes.
Hoy por hoy los relojes pueden ser mucho más sofisticados. Parejas de baile en trajes
tradicionales se mueven automáticamente al sonido de una caja de música, la rueda de un molino
gira, un granjero corta leña, hasta el sereno hace sus rondas cada hora en punto. El mismo cucú
mueve sus alas y pico e incluso se mece hacia delante y atrás cuando canta. Todo un prodigio de
imaginación y arte.
Ha pasado mucho tiempo desde que se hacían los relojes enteramente en madera. Actualmente
los engranajes son metálicos y por ello son más precisos y fiables. Otras partes del reloj, como los
pitos, la cara y las manecillas, se fabrican de plástico, pero la caja se sigue fabricando en madera
con grabados a mano.
Volviendo al origen de esta parte del relato, a las cataratas, creo que este lugar es donde la
naturaleza parece tener coordenadas reservadas para la belleza. Es una pintura viva de la
potencia creadora de la naturaleza, es de una belleza absoluta. Tengo la creencia de que se
disfrutará mejor por la mañana y muy temprano, preferentemente antes de que los grupos de
excursionistas se apoderen de cualquier rincón desde el que poder ver las majestuosas cataratas
del río Gutach. A esas horas, este idílico lugar ha de parecer realmente virgen y yo por mi parte lo
situaría lo más cercano a la idea del Edén, cuando Eva aún no estaba en el planeta. Con el
transcurrir de las horas, uno se da cuenta de que otros han “descubierto” este sitio al igual que tú
y se convierte en un lugar muy visitado por turistas y gente de la región.
Tras ascender más de doscientos metros por unas empinadas rampas las cuales se hacen
interminables (momento en el que, asfixiado y con piernas rezagadas, te acuerdas de lo de dejar
de comer hamburguesas en el McDonald’s) coronamos la primera catarata. Las demás, se
suceden una tras otra. La experiencia de ver la catarata más alta de Alemania es única, a pesar
de que la sensación de "turistada" no te la quita ni San Pedro.
Pronto comienzan a llegar turistas y más turistas que vienen en autobuses y más autobuses. Son
ese tipo de visitas ofrecidas en paquetes turísticos, invitando a pasar todo el día en Triberg para,
al terminar la jornada, acabar en una de las tiendas de relojes de cuco comprando uno para
regalar a alguien que lo colgará tan contento en el salón de casa. Al ver que “mi paraíso” es
invadido por la caterva de turistas de autobús (muy respetables, dicho sea de paso), decidimos
descender e irnos con viento fresco a otro lugar menos concurrido. Las aglomeraciones no nos
van.
Con el fondo exuberante de los tupidos bosques de la Selva Negra, abandonamos Triberg y nos
adentramos, aún más, en su corazón, en el corazón de un bosque en el que, cuando menos te lo
esperas, nos encontramos con auténticos paraísos en forma de cascadas y lagunas interiores
escondidas entre la frondosidad; lugares donde apetece quitarse la ropa para darse baños en
solitario como en aquella película hortera de “El Lago azul”. Las cascadas, los helechos, los
árboles, los valles, el mismo bosque, nos marcan el camino que nos lleva a otro lugar
paradigmático de la Selva Negra, a nuestra próxima parada: Titisee.
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