Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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CAPÍTULO 9 / Sábado 9 de agosto
(Schiltach – Alpirsbach – Triberg – Titisee – Friburgo): 139 Km
.
Schiltach
Amanece con bruma, una bruma fría que emerge de los ríos Kinzig y Schiltach. Por la ventana del
salón de la autocaravana, pierdo la mirada en la unión de ambos, en los árboles, en las casas que
crecen a lo largo de sus riberas. Me gusta, antes de tomar el primer café de la mañana,
regodearme con un paisaje al que sólo le falta más sol: la lluvia, colega fiel durante la noche, ha
dejado paso a una luz plomiza. Es uno de esos días al que le sobra tristeza y le falta color. Es un
día alemán.
A las nueve de la mañana ya estamos en la calle, pateando una ciudad de dibujos animados.
Necesito saciarme de Schiltach. Aquí, cada metro recorrido te ofrece la posibilidad de descubrir un
rinconcito mágico, de paleta de pintor, de símbolos escondidos en cada adoquín, en cada gesto
que te atrapa y te desordena el alma. Descargo mis ojos en cada casa de entramado, en cada
balaustrada moldeada por el tiempo, en cada escalinata. Sin duda, este es uno de esos lugares
que parece haber sido bendecido por la mano de un ser superior, es un marco perfecto para
perderse por sus callejuelas y hacer de él un recuerdo en sepia. En este encantador pueblecito de
la Selva Negra, los turistas se mezclan con los vecinos en un ambiente disipado donde el olor a
pan y a café recién hecho, invita al profundo relax. Descubro que las puertas de las casas son
más que una apertura por la cual entrar y salir, mostrarse o desaparecer repentinamente. Las
muestran abiertas de par en par, sin temor a ser observados, sin temor a ser despojados de su
intimidad. Husmear a través de una verja de jardín, me adentra a mundos de conocidos cuentos
infantiles, de jardines perfumados y de patios de la infancia. De vecindades bulliciosas y de
silencios relajantes.