Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Podemos observar perfectamente cómo viven, cómo trabajan, cómo lavan, cómo vecinean, piden
un poco de sal y justifican un “se me ha acabado el aceite”. Es una ciudad de puertas abiertas, un
pueblo de andar por casa en pantuflas.
El pueblo se recorre en muy poco tiempo, pero merecería la pena pasarse horas y horas,
paseando por un pavimento tortuoso de adoquines que brotan de la tierra. El Granero, el Rathaus,
el Palacio de Löwenberg, la maravillosa Marktplatz presidida por la Röhrbrunnen con su Schwed
(Caballero sueco) dominando todo el entorno, hacen de Gengenbach, el escenario perfecto para
una película de dibujos animados. Deambulamos intentando acumular nuevos recuerdos.
Observamos que el pueblo está lleno de vacas de cartón piedra a tamaño natural. Docenas de
vacas decoradas con motivos llamativos: unas con recortes de periódico; otra con la bandera de
Europa; en aquella esquina hay una con la Alemana; a su lado la del mapamundi; para mí, echo
en falta una anunciando el regalo de una sandwichera en el Marca… Estas vacas no dan leche
pero alegran la vista. Miramos al cielo y se torna oscuro.
En unos instantes, las nubes comienzan a descargar agua. Primero, unas gotitas, luego un
chaparrón y finalmente la lluvia casi monzónica en todo su esplendor. Al principio, no le damos
mucha importancia a la lluvia. Nos encontramos en la puerta de la oficina de turismo, fisgando
unos planos expuestos en una de las cristaleras y no imaginamos que el aguacero dure más de
diez minutos. Sin embargo, la lluvia sigue cayendo. Buscamos refugio en el interior de la oficina.
Pasan quince minutos, veinte, pasa casi media hora, cuando viendo que no para de llover,
decidimos salir de allí. Al salir de la oficina de turismo, el frió penetra en nuestros cuerpos sudados
por el calor que hace dentro, unos cuerpos de dos temperaturas que el viento y la lluvia, cada vez