Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Schwarzwälder Freilichtmuseum Gutach
- Estado: Baden-Württemberg (Alemania)
- Habitantes en Gutach im Schwarzwald: 2.223
- Altitud: 293 metros sobre el nivel del mar
- Coordenadas GPS Gutach im Schwarzwald: N 48º 14’ 55’’ – E 8º 12’ 40’’
- Ayuntamiento de Gutach im Schwarzwald: Hauptstrasse, 38
Esta parte de Alemania es Naturaleza hecha arte. Un arte que da vida a la Naturaleza. Una Selva
de coníferas se extiende ante nuestros ojos, en el entorno de Gutach, no muy lejos del Museo al
Aire Libre de la Selva Negra, entre caseríos de madera y piedra que forman una foto perfecta de
armonía, de tranquilidad, de silencio absoluto que riega nuestros sentidos.
El parking del Museo es de pago, un pago más bien simbólico, sólo 1€. Quiero recordar que en el
precio de la entrada al Schwarzwälder Freilichtmuseum había un descuento para el parking, por
eso es tan barato. Esto os lo digo de memoria ya que no tenemos ninguna anotación al respecto.
En el Museo al Aire Libre de la Selva Negra vuelves a un pasado que alguna vez creíste haber
vivido, o soñado. En la veintena de casitas de campesinos, diseñadas de acuerdo a las que había
allá por el año 1570, puede verse la arquitectura, métodos agrícolas y formas de vida de la región.
Sólo la panadería y una destilería son construcciones originales de los terrenos que ocupa hoy el
museo. Las demás casas, granjas y todas sus dependencias llegaron a Gutach tabla a tabla y
piedra a piedra procedentes de otras zonas de la Selva Negra. En cada casa, en cada habitación,
en cada rincón de cada una de ellas, aún pueden sentirse y palparse los duendes que un día
habitaron estas edificaciones históricas.
Nada más llegar parece embriagarnos el olor de la humedad del ambiente que parece adherido a
la misma corteza de los árboles. Y entonces, después de esa primera impresión de frescor, es
cuando vemos la veintena de casitas de madera y piedra que se levantan orgullosas y altaneras
sobre las laderas de las montañas que rodean el Museo. Hay itinerarios y recorrido oficial, pero
simplemente se trata de dejarse llevar por nuestros propios pasos y admirar las construcciones,
sus interiores y sus contenidos hasta poder jugar a imaginar lo que en una y otra casa contiene y
para que servía. En una de las casas, en la cocina, huele al humo de leña de estufa, y los
jamones, morcillas y salchichas permanecen colgados del techo. En un establo, los cerdos y las
vacas comen ajenos a las miradas de los turistas curiosos. Pasamos una hora abandonándonos al
tiempo. Observando cómo los oficios aún son hechos con cariño, con amor. En una carpintería
asistimos al concierto de martillos y escofinas más maravilloso que el hombre pueda componer:
los carpinteros, golpean con un ritmo digno de los mejores percusionistas, tablas de madera
creando una armonía de golpes que más bien parecen acariciar la madera que maltratarla.
Perdemos la noción del tiempo observando cada detalle.
Salir de la casita de carpinteros y comenzar a diluviar, es todo una. El sol no se oculta, y sol y
agua forman un manto de arco iris deslumbrante. Me enamoro de esa imagen. Aquí podría pasar
horas contemplando cómo la lluvia y el sol forman un arco iris de libertad, un arco iris de libro de
escuela, de una sola pantalla, de solo mirar.