Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Schiltach
- Estado: Baden-Württemberg (Alemania)
- Habitantes: 3.999
- Altitud: 330 metros sobre el nivel del mar
- Coordenadas GPS: N 48º 17’ 24’’ – E 8º 20’ 37’’
- Ayuntamiento: Marktplatz, 6
De la descomunal belleza que atesora la Selva Negra, creo que nadie duda, cada pueblo es una
aventura y un cuadro pintado con infinidad de colores a cual más bello, pero si hay algo que
realmente se puede considerar aventura en la Selva Negra, son sus carreteras, una aventura
gráfica de Play Station; con la diferencia que en ellas, sólo tienes una vida: no hay posibilidad de
repetir, grabar o reiniciar la partida.
Bien asfaltadas en su mayoría, pero estrechas y con más curvas que un desfile de lencería
femenina, algunas carreteras de la Selva Negra son como el tramo Aranjuez-Ontígola de hace
unos años: peligrosas como ellas solas. Autobuses y camiones son dueños absolutos de estas
rutas curvilíneas, donde no impera la ley del más fuerte, sino la ley del que tiene más suerte;
suerte de no morir en un choque frontal, de no atropellar a un ciclista o de no ser expulsado de la
carretera por un loco de la vida que circula sin control.
Antes de llegar a Schiltach, el cadáver de un joven de corta edad yace en el asfalto de la carretera
semi-tapado con una sábana. Llueve intensamente. Los restos chatarreados de un coche negro
se intuyen entre los árboles y matorrales que hay en los arcenes de la carretera. La lluvia, las
curvas y la velocidad inadecuada hacen del lugar un cóctel mortal. Dos matrimonios vallisoletanos
llevan dos horas esperando que abran la carretera para poder entrar en Schiltach. En sus caras se
refleja lo ingrata que a veces es la vida. Esa vida que acaba de perder alguien que aún tenía
mucho por vivir. Como en la vida, cada carretera te lleva a un destino. En el caso de este joven
queda limitado a uno: la muerte en el arcén. Mala tarde. Maldita tarde.
A las 19:00h llegamos al parking para autocaravanas de Schiltach, un lugar encantador rodeado
de naturaleza en estado puro: ríos, montañas, árboles… Las dos autocaravanas españolas de
Valladolid aparcan junto a nosotros.
Desde la ventana del salón de la autocaravana el cielo se va apagando en tonalidades pasteles,
encendiendo las luces de Schiltach. Huele a otoño, o quizá huelan los recuerdos de una infancia
que por momentos vuelve y que revive en la retina de la vida las hojas muertas; el olor húmedo y
terroso que dejaba el humo de las hojas quemadas en pequeños montones en el Jardín del
Príncipe de Aranjuez; unos jardines que durante unos días quedaban semidesnudos y olvidados;
olor a brisa intermitente y baja que anunciaba en tu cara que el verano se estaba acabando
dejando siempre la sensación de cosas que quedaron sin hacer, de cosas que nunca volverán; de
pérdida progresiva y sin retorno de la vida. Y eso siento que pasa también en Schiltach cuando los
tonos pastel del cielo se tornan en grisáceos y oscuros. El olor a otoño deja paso al olor a lluvia,
una lluvia que también me trae recuerdos pero que me desconcierta a medida que avanza la tarde
y se tuerce definitivamente. Llueve con más ganas que nunca. Aquí, rodeados por cuatro paredes
y unas pocas ventanas, contemplamos como cae con violencia. Alcanzamos a ver el cielo gris y la
oscuridad de la tarde, vemos con claridad como el viento mueve las ramas de los enormes árboles
que hay a nuestro alrededor. Para nosotros, el día ha terminado, la lluvia así lo ha querido.