Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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He de reconocer que Titisee, sin llegar a defraudarme, no es lo que yo esperaba. Esto es lo malo
de traer tantas expectativas de un lugar así. La primera impresión que da es la de ser una ciudad
llena tiendas de souvenir donde todos compran de todo aunque la mayoría no tengan la menor
idea de para qué sirve todo lo que compran, donde lo mejor que venden en algunas tiendas es el
jamón de la Selva Negra, el cual seguramente es tan calórico y “engordante” como una
hamburguesa del McDonald’s, y donde el incomprendido colesterol encuentra su paraíso gracias a
los tocinos, morcillas y otros derivados del cerdo que se venden en la misma tienda del jamón de
la Selva Negra, que dicho sea de paso es la única tienda que cierra a las 19:30h en verano, el
resto lo hacen a las 18:30h.
Que diga todo esto no significa que el lugar sea carente de todo interés, sólo digo que a mí no me
parece tan, tan, tan maravilloso como algunos me hacían creer. Eso sí, lo que a continuación os
describo es uno de los momentos más bellos que he podido vivir en este viaje. Volvería aquí sólo
por repetirlo.
Sentados en un banco, las vistas del lago me hipnotizan: pasamos unos minutos viendo cómo
baja el sol a beber el agua del lago mientras poco a poco parece desaparecer entre las montañas,
cuando ya está saciado de día. Sólo miramos. Inma y Javi se colocan a mi lado. No hablamos; no
es necesario. Nuestra compañía, el choque del viento en el agua y una melodía lejana de músicos
que se ahogan en profundas canciones alemanas: canciones que salen del alma de la Selva
Negra. Miramos como el sol se está poniendo, discreto, sigiloso, pálido... Un sol que se despide,
un sol que viaja a España, un sol de luna llena. En el tiempo que contemplamos el ocaso, la
acuarela de luces cambia como por arte de magia. El paisaje absorbe de tal manera, que nos
regala una perspectiva cercana al corazón. Es una impresionante puesta de sol. En mi retina
quedará para siempre la imagen de una calurosa tarde de verano con tres personas sentadas en
un banco, ajenas al devenir de la vida, tres personas alejadas por un momento de los problemas
diarios. El tiempo, satisfecho con el día, se pone en el lago Titisee.
Y como vinimos de Triberg, nos vamos a Friburgo. Teníamos puestas muchas esperanzas en esta
visita, pero no se han cumplido del todo. No sé exactamente por qué razón, pero en nosotros no
ha entrado en su plenitud este lugar. Habría mucho de qué hablar de nuestras sensaciones en
Titisee, pero siempre acabaría afirmando que no nos ha gustado tanto como el resto de pueblos
de la Selva Negra. Serán manías.