Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Dominando el mismo, a la derecha, está la chimenea de mármol rojo italiano que Benito Mussolini
regaló al Führer. A ambos lados de la misma, los dos candelabros que presidían la mesa donde
se celebraban las cenas vegetarianas de Hitler y sus invitados. Todo se mantiene intacto. Turistas
de todas las nacionalidades, comen gulash en el mismo salón donde se celebró la boda de la
hermana de Eva Braun y donde Hitler cerró la firma de la anexión de Austria por Alemania, ideó la
invasión de Polonia y Francia y recibió el visto bueno de Mussolini a sus terribles deseos. Nadie
se escandaliza por ello. Parece que el tiempo cura algunas heridas. Viendo el negocio que hay
montando alrededor del Nido del Águila, se podría decir que posee un oscuro pasado, pero que
alberga a su vez un brillante futuro. Paradójico.
Salimos al exterior y la niebla vuelve a aparecer. Un grupo de una asociación de antiguos
combatientes estadounidenses y británicos se pasea con comodidad y orgullo entre lo que un día
liberaron. La niebla va y viene. Aprovecho un momento de claridad para fotografiar el lugar.
Impresionante. Mientras Inma y Javi me esperan a las puertas de la casa, uno de los turistas del
grupo me solicita hacerles una fotografía. Accedo sin pensármelo dos veces. En lo alto de la
montaña, junto a una enorme cruz, los inmortalizo para siempre. Al fondo, entre la espesa niebla,
se adivina el Nido del Águila. Para ellos será inolvidable, posiblemente, para mí también. Cierro
los ojos, y respiro el aire puro, aquí en el Kehlsteinhaus, es una sensación maravillosa, casi
liberadora.
Quince minutos antes de la hora que nos indica nuestro ticket, volvemos al ascensor para bajar a
la explanada donde nos espera nuestro autobús. A las 15:45h, con una puntualidad exquisita, los
cuatro autobuses repletos de turistas vuelven por la misma carretera por la que habíamos subido
esta mañana. A medio camino, se paran en un apartado de la estrecha carretera para dejar paso
a los tres que suben. Sería imposible que pasaran a la vez. Cinco minutos después estamos en la
estación. Javi llega dormido. Al llegar a la autocaravana comprobamos que no nos han multado.
Cinco autocaravanas más nos acompañan en el parking de autobuses.
La experiencia de esta visita me recuerda a la de una montaña rusa: primero decides subir. A
medida que te das cuenta dónde estás y adónde vas, quieres bajar, y una vez que arranca, estás
sujeto a ella, sin margen de maniobra. Cuando desciendes, todavía estás trastornado y repites
eso de nunca más, aunque siempre acabas montando otra vez.
Es hora de irnos. Para nosotros este entorno ha sido un paraíso en los Alpes. Ese es el recuerdo
que nos quedará de Berchtesgaden y sus atractivos de por vida. Y aunque no nos gusta repetir
lugares, este es uno al que siempre estaremos deseando volver. Me refiero a esa sensación que
te invade en un sitio cuando sabes que algún día volverás porque te encuentras a gusto en él. Eso
nos ha pasado aquí. Creo que a vosotros os ocurrirá lo mismo.