Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Después de este momento de enajenación mental transitoria, curioseamos por las pocas
habitaciones a las que se tiene acceso en el castillo de Ussé. En una recargada habitación, avisto
unos muñecos de cera que, encerrados en una parafernalia digna de una película de Luccino
Visconti, representan las formas de vestir de los años treinta, de la época de Al Capone, vamos. El
guía, un guía de gafas de culo de vaso que imagino verá menos que Pepe Leches, al que, por
cierto, no tengo el gusto de conocer, explica la posición social que ocupaban los hombres y
mujeres en función de su vestimenta, de las joyas y de los adornos: en aquellos tiempos, el hábito
hacía al monje. Y yo me pregunto, ¿qué pintan los muñecos disfrazados de años treinta en un
castillo del siglo XV? Palabra, desentonar. Como desentona una pareja de novios recién casados
que se muestran alegres en una escalera que lleva a la planta superior del castillo. La pose
forzada da a entender que ha sido un matrimonio de conveniencia. La dote de ella habrá
consistido en unas cuantas hectáreas de viñas y de olivos y la de él en unos terrenitos para el
cultivo de lavanda. De conveniencia total. Afortunadamente, los novios también son de cera.
En este mágico chateau de Ussé, Charles Perrault se inspiró para escribir el famoso cuento
infantil de "La Bella Durmiente", es, por tanto, un castillo de cuento de hadas, de princesas, de
brujas malvadas y de historias infantiles, utilizado no para defender territorios sino para entretener
y sorprender a invitados a punta de lujos. Por el paseo de ronda, pueden verse algunas
habitaciones donde se han recreado distintas escenas del famoso cuento infantil. Aquí se
encuentran los omnipresentes personajes y personajillos del cuento: desde el hada mala malísima
llamada Maléfica, hasta la princesa Aurora, pasando por el príncipe azul llamado Felipe…, las tres
hadas buenas o los reyes Estéfano y Huberto. Todo muy Disney, aunque sea de Perrault.
En la parte baja del castillo, avanzamos por un oscuro pasillo; mientras pasamos por una húmeda
habitación iluminada tan sólo por las débiles luces de los candelabros eléctricos que cuelgan del
techo, noto a Inma temblorosa; Javi, de su mano, no está como para robar panderetas. Cada
movimiento de sus sombras que las luces deslizan por la pared de piedra enmohecida, les supone
un sobresalto. Extraños sonidos nos llegan de cada rincón del castillo.
Están cabreados por haber aceptado entrar a la cueva donde se guardan las botellas de vino y los
antiguos aperos de labranza del castillo, por pasar rozando esos muros… En el momento que su
mente parece dibujar el movimiento de alguien avanzando hacia ellos, sigiloso, suave, aterrador…
una mano se apoya sobre sus hombros. Sobresaltados, los dos gritan en el preciso momento que
unos labios se acercan a sus oídos… “Joder, que soy yo, José. Vaya susto que me habéis dado al
gritar…”
Un paseo por los jardines, una visita a la hermosa capilla y las fotos de rigor, es lo último que
hacemos antes de coger nuestra autocaravana e irnos camino de Langeais por la Rue de la Loire,
carretera por la que nos sorprende una breve tormenta de agua y viento que reaviva el paisaje
moviendo lo que antes permanecía fijo.