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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Y es que Saumur no sólo es su castillo, Saumur es también una ciudad dulce, tranquila, serena;
colmada de edificios espléndidos, henchidos de nobleza. Repleto de calles estrechas, con olor a
regia historia y callejuelas que desembocan en el Loira, eso es Saumur, una ciudad de
oportunidades inimaginables.
Y todo eso a pesar de ser pasto de pequeños grupos de turistas que, como nosotros, patean la
villa buscando empaparse de historia y de historias, pero también es pasto de gentes sensibles,
como nosotros, que buscan los ecos perdidos de esa misma historia, y estos ecos sólo se pueden
oír en el silencio de estas calles. Unas calles desde las que se contempla, con la emoción sólo
reservada a los que saben sumergirse en la vida de una ciudad, las casas y palacios de un casco
histórico que da fe del brillante pasado de esta pequeña localidad; pequeña pero encantadora,
con unas calles limpias y silenciosas trazadas con mimo, respetuosas con el orden urbanístico de
sus tiempos de grandeza.
Las mejores vistas del castillo se obtienen desde la orilla opuesta del Loira, donde sentado en un
banco, y semiescondido entre las ramas de un sauce que crece en un pequeño jardín, cierro los
ojos y por unos momentos quiero ser piedra, piedra del chateau de Saumur, piedra de sus calles.
De vuelta a la autocaravana, paramos por un instante en una pequeña pattisserie. En su interior,
reina el buen gusto y la creatividad en la decoración del local. Me dejo llevar por los ojos, e
inmediatamente tengo la sensación de entrar en una gran fábrica de dulces como las de los
anuncios de televisión de los años setenta. Allí, los objetos en desuso transforman cada rincón de
la pastelería en un retorno al pasado. No falta de nada: las viejas botellas de cristal para la leche,
la balanza, la cortadora de fiambre, la estufa de leña, las inconfundibles latas de Maizena y otras
tantas reliquias se mezclan con el rostro angelical de la joven dependienta. Cual grullas
hambrientas, engullimos unos deliciosos pastelitos de crema con chocolate que la joven nos
dispensa con alegría. ¡Qué simpática es la jodía! No la entendemos ni cuando nos dice el precio,
el cual nos tiene que poner con bolígrafo en la bolsa de papel en la que nos da los dulces, pero se
empeña en explicarnos en francés las bondades de los bollos. Asentimos como si la
entendiésemos: las buenas formas obligan a ello. Unos zumos de naranja recién exprimidos
consiguen aportar el grado de sensatez mínimo ante el exceso de aporte calórico.
Comiendo pasteles y bebiendo zumo de naranja llegamos a la autocaravana en medio de un
chaparrón veraniego de los que calan a pesar de llevar paraguas. Y es que comer dulces y llevar
paraguas es incompatible, sobre todo cuando el viento hace de las suyas y te deja al descubierto
en más de una ocasión. Calados como peces, salimos de Saumur a eso de las 13:40h.
Una carretera arbolada de túneles verdes y campos de viñas, nos despide de Saumur.
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