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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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En el puerto de La Rochelle ya no podremos ver comerciantes, ni antiguos armadores, aunque
mantiene un aire muy turístico pero también muy cuidado, y eso es de agradecer en los tiempos
que corren.
Entre un bosque de mástiles La Rochelle fondea en el Océano Atlántico. Rodeada de torres, de
murallas y del encanto de una ciudad que vive por, del y para el mar. Cuando cae el día y los
tejados de las casas se reflejan en las tranquilas aguas del viejo puerto, podemos ver la
instantánea que muestra una ciudad silenciosa y recogida en sí misma. Esto es cierto, pero sólo
en el instante del crepúsculo, bisagra del día, cuando el sol encandila los ojos y los llena de
reflejos de colores. Antes y después, La Rochelle habla en voz alta, de barco a barco, del bar de
una orilla al de la orilla opuesta, de los puestecillos de recuerdos y golosinas, de los turistas que
pasean por sus aledaños y también habla de sí misma, orgullosa, rebelde y ocurrente. El eslogan
de su escudo refleja su carácter: “Bella y Rebelde”.
Es el océano la esencia de La Rochelle, un océano que envuelve la ciudad, moldea el carácter y
llena los estómagos de marisco y de pescado. Un océano que es el pasado, lo cotidiano, la
tradición, la razón de ser de La Rochelle. Para vivir los atractivos intangibles de La Rochelle, basta
caminar por sus calles y por su viejo puerto. Pero me animo a afirmar que la mejor guía turística
para descubrir todo el fervor que se esconde entre las calles de su Ciudad Vieja es dar ese paseo
por la noche. Es cuando esa parte de La Rochelle es más mágica, si cabe, que de día. Es
tranquila, callada, sosegada, misteriosa, encantadora.
Situada en la costa oeste de Francia, en la región de Poitou-Charentes, La Rochelle es una
población de unos 78.000 habitantes con una enorme personalidad debido a sus constantes
luchas religiosas (no olvidemos que hace casi 500 años llevaron la contraria a la Francia católica y
se convirtieron en protestantes) y al favor y protección que tuvo de los Reyes, siendo también una
puerta de salida hacia novedosos mercados y territorios ansiados por emprendedores y colonos.
Por estas luchas La Rochelle no conserva muchos de los edificios medievales que tuvo en su día
y que con el tiempo han ido desapareciendo por las guerras, aún así guarda un aire de historia
que rememora épocas pasadas. Algunos vestigios del pasado aún son perfectamente visibles, y el
primero que nos encontramos nada más bajar por la Rue du Palais es la Porte de La Grosse
Horloge, un antiguo acceso a la villa fortificada de la ciudad y por la que ahora se accede a la
ciudad vieja. Es una puerta con un campanario octogonal en su parte más alta que fue modificada
en sucesivas ocasiones para ampliar la entrada y darle el aspecto que tiene en la actualidad.
Nada más cruzar esta puerta, se extiende el Vieux Port (Puerto viejo), el lugar más animado de
toda la ciudad. La belleza de este puerto ha convertido a La Rochelle en destino turístico cargado
de glamour. Recorrerlo tranquilamente observando el maravilloso conjunto que forman las torres
de entrada al puerto no tiene precio. Las terrazas de los restaurantes, los cafés y los bares del
muelle Duperré nos ofrecen las mejores vistas del emblema de la ciudad: La Tour Saint-Nicolas y
la Tour de la Chaîne. Allí, acentuadas entre las sólidas defensas del viejo puerto, están las torres.
Dando la bienvenida a las embarcaciones que atracan en el puerto, están la tour Saint-Nicolas,
construida en la segunda mitad del siglo XI y la tour de la Chaîne (Torre de la Cadena), edificada
en el siglo XIV y restaurada en los siglos XIX y XX ya que quedó dañada en algún conflicto de los
de entonces. Más alejada está la Tour de la Lanterne (Torre de la Linterna o de los 4 Sargentos),
que sirvió a lo largo de su historia tanto de faro como de cárcel. Una cadena entre la tour Saint-
Nicolas y la tour de la Chaîne, evitaba la entrada al puerto.
Continuamos andando por el puerto. Huele a palomitas que el tiempo calma y enfría. A cada paso
aparece una nueva sensación, cada pocos metros una nueva temperatura, un nuevo olor, un
sonido, una música; en definitiva un recuerdo. No hay tiempo para extender el pensamiento o
encontrar una referencia; una humareda vil de carne descontrolada viene hacia nosotros, una
humareda que nos distrae, ciega y desconcentra.
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