Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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La Rochelle (La Rochela)
- Región: Poitou-Charentes (Francia)
- Departamento: Charente Marítimo
- Habitantes: 78.000
- Altitud: 4 metros sobre el nivel del mar
- Coordenadas GPS: N 46º 09’ 37’’ – W 1º 09’ 00’’
- Ayuntamiento: Place de l’Hotel de Ville
Llegamos a La Rochelle a media mañana con la lluvia como compañera de viaje. Una lluvia
cansina y persistente desde hace rato. El parking lo encontramos muy fácilmente gracias al
TomTom, aún así, está muy bien indicado, sólo hay que seguir las indicaciones de Parking
Esplanade des Parcs. Está a unos diez minutos andando del casco viejo de la ciudad. Es un
parking para coches y autocaravanas; gratuito y muy grande, no hay problemas para aparcar.
Tiene una zona de carga y descarga de aguas y aseos para hacer lo que normalmente se hace en
los aseos.
Como la lluvia no para, viendo el panorama que se nos presenta, decidimos no salir hasta ver si
escampa. Pasada una hora, y viendo que la cosa no cambia, preparamos el almuerzo para mitigar
malos pensamientos de siesta.
Comemos con el ruido de la lluvia de fondo. Es una sensación invernal de esas que sentía de
pequeño mientras veía en la tele “Un globo, dos globos, tres globos…” devorándome un bocadillo
de mortadela de aceituna mientras mi abuela me tejía una bufanda de lana escuchando en Radio
Intercontinental el consultorio de Elena Francis; una sensación infantil.
Cuando la tarde se aclara, nos deleitamos con los gritos de unos niños jugando al lado de nuestra
autocaravana. Son sonidos infantiles encantadores. El fútbol es su diversión, y un pequeño balón
de playa su objeto más preciado. Al verme, me desafían con provocación a jugar con ellos.
Naturalmente, lo hago, para eso jugué de central en el equipo de mi colegio, mostrándoles con
mis pies el por qué de la supremacía del fútbol español en Europa, aunque al final, y por aquello
de que la vanidad no es buena compañera de viaje, en uno de esos toques mágicos de balón, de
esos en los que te estás gustando como si fueses Zidane, pierdo el equilibrio y caigo en
acrobática cabriola que produce el dispendio de carcajadas más escuchado en La Rochelle en los
últimos años. Incluida la mía y la de mi familia, claro. Estos son los detalles que justifican cualquier
viaje. Con los paraguas en la mano por si vuelve la lluvia, nos marchamos a paso lento
recreándonos con el lugar. El dolor de nalgas me dura unos minutos. No solo los niños son niños,
también los adultos seguramente nunca hemos dejado de serlo, afortunadamente. ¡Jodíos
chiquillos!
La Rochelle es una ciudad recomendada ante todo para los amantes del mar. Deambulando por
sus calles porticadas se contemplan sus vetustas casas de madera y sus tiendas alineadas
recordándonos los tenderetes desaparecidos con el tiempo que los comerciantes extendían en las
calles para vender sus mercancías recién desembarcadas. Paseando por el viejo puerto que un
día construyera Leonor de Aquitania, vemos como todo el esplendor de este pueblo se ha
establecido a partir del océano Atlántico.