Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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CAPÍTULO 3 / Domingo 3 de agosto
(La Rochelle – Saumur – Chinon – Rigny Ussé - Langeais): 275 Km.
La Rochelle amanece limpia, de empedrado reluciente y deslumbrante en aquellos lugares donde
el sol se va acomodando en el día, calentando a las pocas personas que se aventuran a pasear
por las vacías calles de una mañana del domingo.
Tras desayunarnos el último trozo de bizcocho con crema que nos hemos traído de casa,
preparamos la salida. Vaciamos y cargamos agua gratuitamente en el parking y a las 8:40h
tomamos la carretera que nos llevará a Saumur.
Poco después de salir, a escasos kilómetros de La Rochelle, nos desvían por un infernal camino
de cabras ya que la carretera, la “buena”, está en obras. A los que nos gusta conducir (aparte de
tener un BMW como el del anuncio) deberíamos poner en un altar al ingeniero avispado que
inventó los navegadores tipo TomTom, Garmin, etc. En un caso como este, y sin disponer de
ellos, uno como yo seguramente hubiese aparecido más cerca de Matalascañas que de Saumur.
No soy de mapas de papel, me pierdo en Brihuega. El belga del Volvo que nos sigue, seguro que
pensará lo mismo. Solventada la excursión cabruna, seguimos nuestra marcha.
Si hay una cosa que no soporto cuando voy conduciendo, son los ruidos parásitos que todo
vehículo tiene aunque se crea lo contrario. Al igual que no hay camino sin grillo ni hortera sin
amarillo, no hay vehículo a motor o sin él que no disponga de un amplio, surtido y diverso catálogo
de ruidos. Y esto, que aunque parezca una gilipollez a mi me desespera, se convierte por arte de
birlibirloque en una especie de mosca cojonera que me impide disfrutar del viaje y que,
dependiendo de los días, me cuesta más o menos aceptar. Los ruidos son tan habituales cuando
estás pendiente de ellos que no se olvidan ni poniendo en el Radio-CD lo último de Metallica. Mi
mujer es la que más lo sufre: no los ruidos, sino a mí. Me desesperan tanto que hago infinitas
paradas para tratar de mitigarlos. Busco, busca, buscamos en equipo de dónde vendrá el maldito
“cri cri” que me vuelve loco. No sé si soy una especie única, un rara avis de los que ya no hay o
resulta que somos unos pocos los que pensamos lo mismo y actuamos de igual manera. Lo dicho,
desesperante. En una de estas jugosas paradas, aprovechamos para comprar pan y croissants en
un pequeño pueblo de la Francia Rural. Cuando Inma trae la compra en una bolsa de papel, el
pan aún quema y los croissants huelen a gloria.