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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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CAPÍTULO 1 / Viernes 1 de agosto
(Aranjuez – Duna de Pilat): 791 Km.
Siempre que tengo que iniciar un viaje, la noche anterior me cuesta dormir, además, la excitación
por viajar hace que no necesite ningún despertador para levantarme de la cama. Esta vez no iba a
ser diferente, a las 7:00h ya estoy en pie. El sol sale en uno de los Reales Sitios más bonitos del
mundo: Aranjuez. Quizás sea un sentimiento primario pero así lo siento. Amanece de jueves, de
un simple jueves de agosto, pero para nosotros es como un inmenso día festivo que nos va a
durar casi 400 horas.
Siempre hay un momento muy especial para mí: es cuando cerramos la puerta de casa,
arrancamos el motor de la autocaravana y salimos de estampida por nuestra calle dirección norte.
Cuando esto ocurre, acuden a mi cabeza mil sensaciones diferentes, desordenadas,
contrapuestas que estimulan mi sistema nervioso y lo dejan a merced de la lucha perpetua que
mantienen el cerebro y el corazón; la pasión y la razón: por un lado, la alegría de vivir nuevas
experiencias, la satisfacción de conocer otras culturas, ver otros paisajes o, simplemente, por el
gusto de impregnarme de olores, colores o sabores que, o son nuevos, o los tenía olvidados. Por
otro, un sentimiento de nostalgia, quizá absurdo, por lo que dejo y a veces me gustaría llevar
conmigo, como es el caso de este año. Me voy para 16 días y parto con lágrimas en los ojos. Son
sentimientos sólo explicables para mí y para mi entorno.
Hace ya años descubrí que lo importante de viajar, lo apasionante de viajar, no era narrarlo a
nuestro regreso en un relato como este, ni siquiera hacer las siete mil fotos que luego mostraré a
mis amigos, sino atesorar cada una de las imágenes vividas: las risas, la soledad, los paisajes, el
sufrimiento vividos por otros, los placeres; las palabras que se van amontonando en el alma y que
constituyen la mayor riqueza que nos fue dada: la vida. Eso es lo que me queda cuando viajo. Un
viaje es crecimiento personal que siempre permanece a mi lado: antes de viajar, por la ilusión y
los preparativos que duran todo un año; viajando por lo que experimento y cuando vuelvo, por el
recuerdo. Los viajes son niñez, juventud y vejez. Hay quien viaja para borrar de la memoria
sensaciones vividas, pero olvida que un viaje es todo lo contrario: un viaje es para recordar.
A las 12:30h nos ponemos en marcha con la ilusión por bandera. Hace calor, un calor que ahoga y
que abrasa el asfalto de un Aranjuez caótico en lo que a tráfico se refiere. Hubo un tiempo en el
que Aranjuez era un paraíso para circular, pero por entonces yo era un párvulo chiquillo de corta
edad. Hoy en día, los coches ahogan las cuadriculadas calles de mi pueblo. A pesar de todo,
acortando camino, en treinta minutos estaremos en Getafe. Estaremos en las puertas de Madrid,
lo demás ya no importa.
Tras más de siete horas de viaje, incluida una pequeña siesta en la parada que hacemos para
almorzar, llegamos a San Sebastián, una ciudad que siempre vemos de pasada pero que tenemos
ganas de visitar. Después de cargar gasoil a las afueras de Donosti, tomamos de nuevo la autovía
para dirigirnos a nuestro primer destino: La Duna de Pilat. Le digo al TomTom que se ponga en
marcha, y nos ponemos a hacer lo que más nos gusta cuando viajamos: perdernos y vagar. Lo de
perdernos es una metáfora, ya que no me apetece para nada aparecer en Pau cuando en realidad
vamos a Arcachon, que quede claro. A las 20:00h cruzamos la frontera con unas nubes color gris
intenso.
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