Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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En Montrésor nos encontramos en un paisaje extraído de otro tiempo. Es un pueblo para pasear
lentamente, en silencio, entre las sombras de sus estrechas callejuelas de piedra, y los lamentos
que parecen desprender sus vetustas paredes. Porque el pequeño pueblo en sí es nostálgico y
tranquilo. Muy poca gente nos cruzamos en nuestro camino, y bien que podemos disfrutar de ese
silencio y respeto.
El castillo de Montrésor marca toda la silueta de la ciudad; su personalidad; su carácter. Porque
Montrésor es una pequeña ciudad de piedra aferrada a su castillo, un auténtico castillo de los de
antes, de impenetrables muros altos de roca maciza y paredes grandiosas color tierra. Una
ciudad, y sobre todo, un castillo, a priori, inexpugnable. Tan inexpugnable que el que construyó el
mismo, lo hizo con dos murallas, hemos de imaginar que lo haría más por querer salvaguardar su
integridad que por disfrutar del paisaje desde las alturas; pero tampoco estamos en la cabeza de
Foulques Nerra para aseverar este pensamiento.
Al castillo, que actualmente pertenece a una familia polaca cuyos antepasados eran amiguetes del
mismísimo Napoleón III, se accede por una pequeña rampa tras pasar por la taquilla y pagar 5€
por persona. En la propia taquilla entregan un librito con la historia del castillo en español, el cual
ha de devolverse a la conclusión de la visita.
Según habíamos leído, en su interior se amontonan muebles, trofeos de caza, tesoros de reyes
polacos, cuadros de Rafael y de Caravaggio… Y la verdad es que no le falta razón al que lo
escribió, ya que a las habitaciones y salas del Chateau le faltan espacio físico para mostrar tanto
poderío decorativo. Pero aún así, y lejos de parecer un guardamuebles, el interior de este castillo
tiene un aire acogedor como en muy pocos hemos visto. Se le siente con vida, como si estuviese
habitado por la nobleza de siglos pasados, cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta que
los actuales dueños viven en una casona que hay frente a él, al otro lado del jardín. En mi opinión
creo que le haría falta deshacerse de algún que otro elemento decorativo, o en su defecto, de ir
rotando de vez en cuando los mismos, más que nada para no agobiar al visitante. Puestos a
opinar, creo que si a la familia Branicki (los propietarios del castillo) le sobra algún cuadro de
Rafael y quieren hacer un acto filantrópico, haciendo de tripas corazón le hago un hueco en el
salón de mi casa y tan amigos…
Los cuadros aquí expuestos son pinturas que relatan la historia de Polonia y narran con trazos
magistrales las biografías de los nobles que habitaron este castillo, biografías sobre paisajes,
paisajes con figuras, figuras reales, reales escenarios, escenarios de pasión, pasión y amor, amor
y odio, odio de reyes engalanados, engalanados de batallas, batallas ensalzadas, ensalzadas por
artistas, artistas que fueron escritores, escritores que fueron pintores, pintores que fueron ojos,
ojos que pintaron grabados, grabados en miniatura, miniaturas de la historia...
En una de las habitaciones, tres velas de incienso arden en distintos puntos y el humo rompe los
vaporosos halos de luz que entran por la ventana. Los finos hilos de humo que desprenden las
velas impregnan un ambiente de pesada historia. Me da la sensación de estar en una especie de
alucinación que requiere tomarse su tiempo para asimilar lo que ocurre. Comienzo a andar a
pasitos, tentando el suelo, teniendo cuidado de no derrumbar las velas de incienso. Quiero
absorber todo y busco con la mirada las claves para descifrar tanta belleza. En un rincón,
semioculto entre la nebulosa de la habitación, un vigilante nos mira con cara de pasmado de
película de Berlanga.
Abandonamos el castillo después de entregar el librito que nos han dejado a la entrada.
Bordeando una de las murallas regresamos a la autocaravana para poner rumbo a Valençay, allí
almorzaremos. Por la D760, y tras enlazar a medio camino con la D960, en poco más de media
hora llegamos a nuestro siguiente destino. El trayecto es corto, sólo son 30 kilómetros.