

Y qué mejor manera para terminar el paseo que hacerlo de la misma forma que lo
empezamos. Esta vez visitamos el café bar “El Rincón de Yuste”, que uno nunca sabe que
podría haberse perdido al pasar de largo. Nuevamente disfrutamos de buenas cervezas, con
deliciosas y abundantes tapas. Tiempo de compartir y departir. Tiempo de sosiego y relax.
Tiempo de valorar eso que yo llamo “el arte de la miniatura”, el arte de saber apreciar en las
cosas más pequeñas e insignificantes la grandeza de la vida, de los seres humanos. El arte
de la miniatura es el arte de ser feliz con lo que se tiene, de disfrutar cada momento como si
fuera el mejor regalo que se acaba de recibir. No se puede valorar ni entender lo grande si
no se valora y entiende lo pequeño. Y la mirada ha de estar preparada. Este mundo, que
siempre tiene prisa, nos está acostumbrando a mirar sin ver. ¡Y son tantas las cosas que nos
perdemos!
Los rusos, cuando viajan tienen una costumbre muy peculiar. La aprendí de un buen
amigo al que solía llevar al aeropuerto, una vez finalizadas sus vacaciones. Toda la familia
se sentaba en circulo en el salón de su casa y pasaban varios minutos en silencio, según me
dijo mi amigo, recordando los buenos momentos que habían disfrutado y dando gracias por
ello. Debo admitir que ahora lo suelo hacer. Me sirve para relajarme antes de la marcha, y
para recordar los bellos momentos vividos. Desde el sosiego y el relax que siempre trae la
vuelta a casa, debo decir que este paseo por Cuacos de Yuste ha sido un verdadero regalo.
Pero un regalo del que sólo he abierto una parte. Es algo así como experimentar la alegría
que sentimos cuando al rasgar el papel que lo envuelve, adivinamos su contenido a pesar
de no haber llegado a verlo del todo. Obviamente tengo que seguir abriendo este maravilloso
regalo. ¡Y no creo que tarde mucho!