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Alrededor del agua siempre hay vida. Las fuentes eran lugar de reunión, de amena

conversación, y a veces de enconadas discusiones. Punto de parada obligatoria para el

ganado, y medio de vida para alguno de sus habitantes, como los arrieros, a los que por mi

edad me dio tiempo a conocer. Empujando su carretilla de madera, en la que dos grandes

agujeros acomodaban sendos cántaros, recorrían las casas del pueblo repartiendo agua a

los vecinos que no tenían tiempo de ir a la fuente, o podían permitirse el lujo de pagar este

servicio. En los pueblos de mi infancia conocí muchas de esas fuentes. Algunas, con grandes

abrevaderos para el ganado. En los meses calurosos de verano se convertían en piscinas

para la chiquillería, que salía corriendo en cuanto asomaba la gorra de algún guardia

municipal. De todas esas fuentes que conocí en mi infancia, no queda ni una sola. El

progreso, que trajo el agua corriente a nuestras casas, engulló también parte de nuestra

historia. Por eso miro con sana envidia aquellos pueblos que han sabido mantener lo que

otros, quizá, no hemos sabido valorar y conservar.

Y seguimos nuestro paseo por la calle que Cuacos ha dedicado a otro de sus

extremeños ilustres, Hernán Cortés. Después de un pequeño ensanchamiento en su

intersección con la calle Los Hornos, esta calle desemboca en la Plaza Juan de Austria.

Calle Hernán Cortés en Cuacos de Yuste