

Por primera vez, cruzamos el polémico
puente de Calatrava (no existía aún en
visitas anteriores) y nos aproximamos a la
estación. No puedo evitar recordar la
sensación que tuve la primera vez que
llegué aquí, de jovenzuelo, con Interrail,
con la mochila a cuestas, cuando bajé del
tren, salí de la estación, y me di de bruces
con el Gran Canal (aunque sea en su parte
más modesta) y esa iglesia de mármol
blanco y cúpula verdosa enfrente. Fue un
shock. Hoy no es ni mucho menos lo
mismo, pero da igual… ¡estoy en Venecia!
Los niños alucinan. El tráfico en el canal,
los vaporettos (
vaporetti
, si nos ponemos
fisnos), los taxis, las góndolas, los
camiones flotantes, las lanchas de la
policía,
¡hasta
pasa
un
barco
ambulancia!… las iglesias, los palacios… Y
es que Venecia es única. Con o sin turistas,
con o sin masificación (mejor sin ella, por
supuesto)… es única.
Hoy haremos una visita rápida, un primer
contacto. Por la ruta habitual, siguiendo el río de turistas. Curioso, tampoco hay tantos. O dicho de
otra forma, hay tantos como siempre. Pero esperaba más. Mejor así.