

Aunque nos lo tomamos con calma, en hora
y media hemos liquidado Perugia. Nos
vamos a Asís, que está ahí al lado. No espero
mucho de Asís, que parece famosa sobre
todo por ser objeto de peregrinación, y a
nosotros eso nos la repampinfla. Sabemos
que tiene un enorme monasterio
franciscano (sede de la orden) con
hospedería, pero parece un gigantesco
mamotreto sin interés. Pero el pueblo tiene
un casco antiguo medieval, así que
suponemos que dará al menos para un
paseo.
Aparcar en Asís es más difícil aún que en
Perugia, pero hemos tenido muchísima
suerte: hemos llegado justo en la franja del
mediodía en la que se puede acceder a la
zona exclusiva para residentes, cerca del
casco antiguo. No nos va a dar tiempo a ver
la ciudad y comer, como teníamos previsto,
pero al menos sí a verla. Ya buscaremos
dónde comer en otro lado. Aparcamos.
¡Qué bonito es Asís! ¡Qué sorpresa! Precioso. O quizás es lo que dije más atrás: aquí hemos venido
casi a ciegas, no sabíamos lo que íbamos a encontrarnos, y las sorpresas se valoran. Si viniéramos bien
documentados, seguramente no nos habría impresionado.
Asís (su centro histórico) es una ciudad pequeña, pero toda en piedra. Medieval. Muy chula. Con una
placita preciosa. Con un templo romano perfectamente conservado, reconvertido en iglesia; no es el
Panteón de Roma, pero mola. Nos gusta Asís.