

Día 10 – El sol vuelve a salir
Amanece. No hay bichos. El camping es chulo. En realidad, es una pasada. La zona es bonita y
agradable, y hace un tiempo estupendo. De día todo se ve distinto.
Debatimos qué hacer: nos quedamos. Los bichos no son tan malos, en realidad no hacen nada, sólo
son molestos y un poco asquerosos. Aquí todo el mundo convive con ellos. Sólo tenemos que hacer lo
que hace el resto: encerrarnos en cuanto oscurezca y tener cuidado con la puerta de la caravana y las
luces para que no se cuelen. Pues eso: nos quedamos. Hoy visitaremos lo que haya que visitar por
aquí.
Limpiamos más bichos muertos del interior de la caravana (a la luz del día aparecen a montones) y
buscamos hormigas (qué obsesión…), pero parece que no hay. Nos vamos de turismo.
Perugia es grande, mucho más de lo que nos esperábamos. Alrededor de su casco antiguo medieval
hay el equivalente a una capital de provincia española, más o menos. Buscamos el centro, y luego,
dónde aparcar. Damos bastantes vueltas, la cosa está complicada: donde hay sitio, es zona azul, y
donde se aparca gratis, no hay sitio. Finalmente lo decidimos dejar pagando, al lado de la muralla.
Entramos en el caso antiguo, bastante medieval, mono, y en breve llegamos a su famosa plaza, la
estampa más conocida de Perugia. Antes que nada, y dado que aquí venimos con una información
mínima, buscamos la oficina de turismo. De allí salimos convencidos de que, en realidad, lo único que
hay de verdadero interés en Perugia es esa plaza. Pero merece la pena, aunque sólo sea por la plaza.
La catedral, un gran palacio medieval (el palacio de los priores; la iglesia, siempre sufriendo), una gran
fuente en medio… Muy bonito, la verdad, aunque se ve rápido. Lo completamos con un paseo por la
ciudad, muy animada y agradable. Tener universidad da mucha vida.