

Día 9 – Vuelta a la civilización
Hoy emprendemos la ruta hacia el norte. Adiós al sur de Italia, volvemos a la civilización.
Bajar más allá de Roma es otro mundo. O el entorno de Nápoles, al menos, que es lo que hemos
conocido, es otro mundo. Superficialmente es Europa, pero en muchas actitudes nos recuerda más al
norte de África. En serio. La forma de conducir, los bazares de baratijas, la suciedad y la basura por las
calles… y la falta de civismo.
Lo hemos notado, sobre todo, en el camping de Sorrento. Casi todos allí eran italianos pasando el
verano (por cierto, bajando de Nápoles no hemos visto ya a ningún español), y ya sabemos que en un
camping ves cosas, actitudes… Todos hemos visto guarradas en los campings, pero tan generalizadas
como en éste, pocas veces. Pedazo de cerdos. Los servicios del camping eran una pasada, nuevos y
limpiados varias veces al día, pero tras el paso de los campistas italianos (suponemos que de la zona,
porque por el norte no hemos notado estas actitudes) daba asco usarlos: la comida tirada en los
fregaderos, cosa generalizada. Tirar de la cadena en el váter, debe suponer mucho esfuerzo. O abrir
el grifo en el lavabo después de afeitarse. Todo así. Mari Jose dice (yo no me daba cuenta, pero fue la
coña de esos días) que cada vez que venía de los baños y fregaderos siempre venía echando pestes de
algo nuevo que me había encontrado mientras no paraba de exclamar “¡Serán guarros…!”.
Nos vamos, toca desayunar y desmontar. Y entonces, cuando voy a sacar las cosas del desayuno, la
desagradable sorpresa: ¡otra hormiga! Horror… Busco, y hay más. Mato las que veo, salgo fuera, y me
encuentro un panorama similar al de ayer: la caravana, por fuera, toda recorrida por hormigas.
¿Pero cómo puede ser? ¡Si tomamos medidas, si todo contacto con el suelo está protegido por una
barrera de polvo insecticida! Y entonces me doy cuenta: hay una rama de un árbol que toca el techo
de la caravana, ¡y se ha convertido en la autopista de las hormigas!
Me cago en todo lo que se menea, cojo el insecticida y a repetir la operación de ayer: fumigar bien
todos los caminos de hormigas por el exterior, y cazar las que vemos por el interior. Como ayer, dentro
no hay muchas, afortunadamente, pero el proceso de búsqueda y caza es un coñazo. Por los sitios en
los que las localizamos, parece que vienen del techo, y al final localizo su entrada por uno de los
respiraderos superiores, tapado por un mueble: el único respiradero que en su día no desmonté para
colocar una tela mosquitera, porque me pareció pequeño y pensé que no sería necesario. A la vuelta
habrá que hacerlo.
Las hormigas serán nuestra obsesión en los próximos días. Cada vez que entre a la caravana, me pasaré
un rato buscando por suelo, techos y muebles a ver si salen más. Alguna suelta apareció, pero,
afortunadamente, no debieron ser más de 10 en total, casi todas ellas localizadas en la primera batida.
El problema no fue a mayores, pero salimos del camping Santa Fortunata un poco hasta las narices:
muy buen camping, pero con un problema muy serio con las hormigas.
Nuestro destino es Perugia. En realidad, el siguiente destino claro es Venecia, pero llegar de un tirón
es una paliza y haremos una escala a mitad de camino, buscando un sitio que merezca la pena visitar.
Lo encontramos en la región del lago Trasimeno, entre Roma y Florencia, en la frontera sur de la
Toscana (que ya conocemos bien). Allí hemos localizado un camping bueno, bonito y… no barato, pero
nos merecemos un lujo; y tenemos al lado las ciudades medievales de Perugia y Asís, que parecen
merecer una corta visita.
Llegamos al camping Trasimeno (se llama así, como el lago, y está en su misma orilla) por la tarde, un
poco hartos de las carreteras italianas. A pesar de haber pagado religiosamente el peaje de las