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En el súper del pueblo encontramos lo que hemos estado buscando en todos desde que llegamos a

Italia: pesto a granel auténtico. Hoy cenaremos pasta al pesto. ¡Qué rica! En España es casi imposible

encontrar buen pesto. El de Buitoni está bien, pero aparte de caro, a veces cuesta encontrarlo.

También es casi imposible hacerlo en casa, porque a ver quién encuentra albahaca fresca a puñados

en nuestro país; yo la planto cada año, pero me da para aromatizar platos, pizzas y ensaladas y poco

más, ni soñar con los manojos necesarios para hacer pesto. Así que encontrar pesto auténtico a granel

en un súper, algo que descubrimos hace años en la Toscana y nos encantó, es una gozada.

Mientras hacemos la cena, atardece en el camping. No es tarde, pero entre unas cosas y otras vamos

a cenar casi a hora española (bueno, española tempranera para muchos, las 9), no sobre las 8 como

venimos haciendo más o menos durante todo el viaje. Mientras cocinamos la pasta, todos los vecinos

ya han cenado y se van encerrando en sus tiendas y caravanas.

Nos asaltan nubes de mosquitos. No son de los que pican, son esas nubes densas y molestas de

mosquitines que se forman cerca de las zonas húmedas. Para los niños es nuevo y les molesta mucho

(especialmente a Laura), son muy urbanitas y debe ser la primera vez que se encuentran con esto. No

pican, les digo, aunque más vale cerrar la boca. Laura se encierra en la caravana. La verdad es que son

molestos…

Afortunadamente duran poco, una media hora. Salen con la puesta del sol, y desaparecen al poco de

terminar de ocultarse. Pero entonces aparece una plaga peor.

No sé qué son, nunca los he visto. Bichos voladores bastante más grandes que mosquitos y mucho

más pequeños que libélulas, pero con el aspecto de éstas. Empiezan a pegarse a todo: a la caravana,

al coche, a las sillas. No hacen nada, pero son bastante asquerosos. Mientras cenamos, tememos

llevarnos alguno a la boca. Son una plaga.

Anochece mientras terminamos de cenar y hay que encender la luz exterior de la caravana, y entonces

la cosa empeora: atraídos por la luz, el lateral de la caravana es una masa de bichos voladores.

Terminamos de cenar incómodos, recogemos y decidimos meternos dentro a leer y dormir. Es

incómodo quedarse fuera con esos bichos. En el camping no hay ni dios: todo el mundo se encerró

mucho antes que nosotros, parece que se conocen el percal…

Pero dentro de la caravana, nos espera una desagradable sorpresa: pese a la cortina, han entrado por

cualquier rendija y tenemos una invasión. Es asqueroso. Fumigamos y salimos. Afortunadamente, su

resistencia al insecticida es nula, caen como moscas; bueno, no, que las moscas son dificilísimas de

matar, pero ya me entendéis… Mueren a cientos. El suelo, las encimeras… todo está sembrado de

bichillos muertos. Asqueroso. Barremos, limpiamos como podemos, y a dormir. Asegurando bien

puertas y mosquiteras. Estas últimas, recubiertas por fuera de bichos atraídos por la luz del interior.

Nos sentimos como en esas películas en las que estás encerrado a cal y canto en una casa con los

zombis golpeando las puertas. Si alguno tiene que salir al baño, antes apagamos todas las luces, y

abrimos y cerramos la puerta rápidamente, para que no entren más.

Estoy hasta las narices, esto está siendo la gota que colma el vaso: ¿es que no vamos a encontrar un

camping decente en toda Italia? Joder, que el que no es una mierda, o te invaden las hormigas o los

mosquitos gigantes. Estoy harto, me da el bajón, propongo pasar de visitar Perugia y Asís y marcharnos

de aquí echando leches a la mañana siguiente. Hasta propongo marcharnos a los Alpes y pasar del

resto, que estoy de Italia hasta las narices. Es injusto, lo sé, siempre me ha encantado Italia hasta

ahora, pero… estoy de bajón.

Mañana será otro día. Ya veremos.