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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Adivino que lo mejor será sentarse en un banco del exterior y, desde allí, comenzar a observar
todo de manera tranquila: la estructura, la conservación, la gente que la visita y cada detalle,
desde el más nimio hasta el más importante.
Cubierta por una suciedad que lastima su belleza original, emerge, musculosa y fuerte, esta
escultural y colosal maravilla romana. Y pensar que frente a su grandiosa figura, hoy despojada
del brillo de antaño, desfilaron emperadores, cortejos fúnebres llorados por muchedumbres y se
sucedieron las revoluciones y guerras más importantes de nuestra historia...
Según dicen los entendidos, es una puerta de doble arco flanqueada por dos torres (cuadradas en
el interior y semicirculares en el exterior) y decoradas con pórticos; fue construida con bloques de
arenisca gris unidos por abrazaderas de hierro que alcanzan las tres alturas en la torre occidental.
La otra torre, de dos pisos, aún conserva adherido parte del ábside de la iglesia de San Simeón
que se construyó sobre la propia puerta en el siglo XI y que perduró hasta que en 1804 Napoleón
ordenó destruirla, así era él.
En los restos del claustro, en el Simeonstift, está situada la oficina de turismo, donde, tras pagar
5€ por el libro de la historia de Trier, y firmar en el “Libro de Honor”, nos informan sobre un plano
de la magnificencias de la ciudad. Volvemos sobre nuestros pasos por la Simeonstrasse, la calle
peatonal que une la Porta Nigra con la Hauptmarkt, una de las plazas más bellas de Alemania.
Con un ritmo entrecortado, dócil, provocado por los aluviones de gente que deambula absorta, en
grupo y en masa, llegamos a la plaza del mercado. Es como estar en una nebulosa que te
envuelve y te lleva hacia todas y a ninguna parte; un dejarse llevar condescendiente. Hay niños
que corren como ratones perdidos, sobreexcitados por el ambiente. En el mercadillo de verduras,
bajo tenderetes de telas granates y verdes, los vendedores ordenan una variedad ilimitada de
hortalizas, verduras y tubérculos: el resultado de un esfuerzo de azadón y muchas horas de
cuidados. Felices e ilusionados, desfilamos ante los puestos de fruta como si fuese la primera vez
que los vemos.
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