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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Imagino que nadie pondría en duda la visión romántica del dueño de esta casa en 1684, cuando
dejó escrito para la posteridad que "Tréveris se fundó mil trescientos años antes que Roma" pero,
como sabemos, la historia no sucedió así. Eso sí, Trier pasa por ser la ciudad más antigua de
Alemania.
Paseamos por espacio de una media hora. Media hora bajo una finísima lluvia que ni cala ni deja
de calar. Con lluvia y todo, estoy a gusto, aunque por llevar la contraria a mis acompañantes, no lo
reconozca. Son esos momentos que me gusta compartir con alguien que entiende el significado
de la lluvia cuando ésta no es lágrima que baja sino alegría que sube al cielo. Y yo estoy alegre de
estar aquí, aunque también estoy cansado de tanta paliza de martes, necesito/necesitamos
descansar de tanto ajetreo.
En la Hauptmarkt (plaza del mercado), y ya decididos a irnos, aparecen de pronto tres músicos, y
tras un didáctico ensayo de cinco cortos minutos, comienzan a tocar una tabla y una especie de
órgano que tiene algo de acordeón. La música suena melancólica, y poco a poco, de una forma
casi imperceptible, el sonido de la percusión va creando una base rítmica sólida, profunda, llena
de matices que hipnotiza. La cantante, una preciosidad rubia de ojos dulces (unos ojos que no
llevan mentiras, unos ojos como los de mi sobrino Alonso pero en azul), parece recitar en lugar de
cantar. Lo hace suave, de una manera tan melódica que en ocasiones su voz se confunde con la
música. Es una música soul que sin darte cuenta se mete dentro de tu corazón y se instala allí
para siempre. Es una música de cerrar los ojos, una música para amar y gozar.
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