Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Caminar por Trier es llegar a la esencia de una Alemania que abrió sucursal en cada rincón de la
ciudad. Perderse en Trier es asomarse a nuestro interior. Vivir en Trier es hallarse en su vida. Y a
mí Trier, me está "viviendo". Como me viven la fuente de San Pedro, la iglesia gótica de San
Gangolf o la Cruz del Mercado. Y es que Trier es vida.
Salimos de la Hauptmarkt, y de nuevo por una calle en obras, llegamos a la catedral cuya fachada
también está en restauración. No penséis que aquí todo está en obras, no; esto no es el Madrid de
Gallardón de hace unos pocos años.
No creo que haya en el mundo catedrales en los que la espiritualidad esté presente en todos los
rincones como en la catedral de Trier. Una vez que traspasas las puertas del recinto, te arropa
una sensación de paz que te reconcilia de golpe y porrazo con todo aquello que es motivo de
turbación. El Dom es un núcleo de respeto que persigue la concordia y la comunión con Dios para
los creyentes. No en vano, aquí se conserva la Túnica Sagrada que, según el Evangelio de San
Juan, se echaron a suerte los soldados romanos después de crucificar a Cristo. Esa túnica se
conserva extendida en un relicario de la Cámara Sacra de la catedral, lugar donde acuden los
peregrinos a rezar por la unidad de la Iglesia y la reconciliación del mundo. Por cierto, aún no se
ha podido afirmar con seguridad la autenticidad de la Santa Túnica, aunque para los creyentes
valga más su valor simbólico.
Esta catedral con aire de monasterio, es uno de esos lugares en los que se podría pedir asilo
espiritual. Es realmente bella: madera, mármol, piedra, hechos con la devoción de quien considera
que el trabajo es creación. Un templo en los que cada friso, cada columna, son esculturas
intrincadas en la piedra, talladas con una perfección tal, que Dios, los animales, las escenas
religiosas, parecen tener vida. Imágenes que explican más que las palabras; imágenes que
aunque pasase años contemplándolas sería incapaz de asimilar. Mis ojos no están preparados
para tanta belleza: Dios me los hizo imperfectos.
En toda la catedral fluye la paz que, amplificada por potentes altavoces y acompañada por la
armonía de la música, envuelve de religiosidad el complejo. Y ahí, en el piso, de rodillas, sentados
y alguno de pie, están los feligreses del Dom de Trier, realizando sus oraciones, agradeciendo
favores a sus adorados santos, pidiendo su ayuda, pero sobre todo soñando. Soñando con vencer
las enfermedades, soñando con la derrota de los problemas, soñando con el amor, soñando con
deshacerse de las aflicciones del alma, soñando…
No permanecemos mucho tiempo más. Antes de salir de la catedral, vemos a un mayordomo
recoger los restos de la parafina de las velas derretida y limpiando el suelo con un trapo. Una
feligresa abandona el recinto junto a nosotros. Mira a Javi y le sonríe. Ha eliminando las malas
energías, equilibrando sus cosas o creando el nacimiento de un sueño: su sueño. Javi, tímido
como él solo, agacha la cabeza y la devuelve la sonrisa de soslayo.
Se me olvidaba deciros que uno de sus hijos predilectos de Trier es Karl Marx. La casa donde vino
al mundo este filósofo, economista y fundador del socialismo científico en 1818 puede visitarse en
el número 10 de la Brückenstrasse, muy cerca de la Hauptmarkt. Dada la hora que es, declinamos
la visita de la misma para una mejor ocasión.
Estoy empapado en sudor. De regreso a la autocaravana, viramos el rumbo y decidimos no volver
por donde vinimos esta mañana pensando que habrá más sombra por otro camino. Los dos
kilómetros desde el centro de Trier hasta el parking se transforman en tres: mis labios están
secos, mi cuerpo deshidratado, mis piernas ralentizadas y cada vez me cuesta más caminar.
Volvemos bordeando el río Mosela intentando no pisar una invasión de orugas cojoneras, como
las moscas. Por el calor sofocante que hace, dudo por momentos si podré llegar a la
autocaravana en buenas condiciones. Si pensáis que Inma y Javi van mejor que yo, os
equivocáis, lo que ocurre es que ellos lo disimulan mejor.