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A la vuelta del mismo, la vieja ciudad con su laberinto de calles, sus casas de entramado y sus tiendas
de colores. Estos llamativos colores y la atmósfera que rodea a sus adoquinadas calles, son los que
dan el sabor especial a esta ciudad donde el Sena desemboca en el Atlántico.
Pasando por la calle “Des Lingots”, callejuela estrecha con sus casas de entramado de madera, se
llega a la iglesia de Sainte-Catherine, toda ella de madera, y la más grande que se construyó en
Francia con esa materia. Destruida por un incendio y construida de nuevo en su forma actual, tanto su
interior como su exterior son una pura delicia para los sentidos. El altar de madera dorada, las
numerosas estatuas de santos, el gran órgano de 1772 y las vidrieras que decoran sus dos coros, son
algunas de las maravillas que posee este templo cristiano. Al observan su techo, puede intuirse la
forma de dos quillas de barco invertidas.
A la salida, justo enfrente, se encuentra el Campanario de Sainte-Catherine, también de madera. Se
construyó aparte porque la carpintería de la iglesia no podía soportar ni el peso ni el balanceo de sus
campanas.
Después de comernos unos exquisitos pasteles de crema en una vieja, pero maravillosa pastelería,
regresamos a la autocaravana. A la salida de la ciudad, ya vemos el famoso Puente de Normandía y
es que para ir desde aquí hasta Etretat hay que pasar por él.
El Puente de Normandía es una obra de ingeniería de 2,2 Km de longitud por la que se pagan 5€ de
peaje. No hay otra alternativa, bueno si la hay pero no merece la pena, te lo gastas en gasoil al tener
que hacer bastantes kilómetros más. El puente de Normandía atraviesa el estuario del Sena desde
Honfleur a Le Havre y está diseñado para soportar vientos de hasta 300 kilómetros por hora. Otra cosa
más que contar a los nietos. En 35’ estamos entrando en Etretat.
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