

Londres y el sur de Inglaterra
Página 175
encontramos nos muestra la victoria de la muerte sobre los vivos y la segunda y principal, neoclásico
y monumental. Hoy en este espacio la vida vence a la muerte y los jóvenes corren tras un balón.
Se construye fuera de la villa, en Begoña, ya que no cabe dentro, para sacar los camposantos de las
parroquias. Una calzada lo comunica con el Casco Viejo: escaleras y rampas, vivos y muertos. Por ella
bajaremos para sumergirnos en uno de los corazones comerciales, en una zona de pintxos y potes.
Dejamos a nuestra izquierda la antigua Estación de Lezama, hoy Museo Arqueológico y atravesando
la Plaza Unamuno, en la calle de la Cruz, nos encontramos con la primera de las iglesias del viejo
Bilbao.
Iglesia de los Santos Juanes, tercera parroquia de la Villa de Bilbao
Los Jesuitas la fundaron como San Andrés para ser iglesia y colegio. Pensando en el lugar dónde
descansa su fundador levantaron una iglesia y un templo que nos recuerda a aquel de Roma. La
historia quiso que la Compañía de Jesús tuviera que abandonar el colegio y la iglesia y la villa de
Bilbao trasladó otra parroquia extramuros a esta de San Andrés, perdiendo su nombre, y
convirtiéndose en la de los Santos Juanes.
Saliendo hacia el Portal de Zamudio, recorremos la calle Somera, entre bares, para llegar a la Ribera.
San Antón, segunda parroquia de la Villa de Bilbao
La iglesia de San Antón, sobre la Ría y la roca, muralla y proa, sostén y apoyo de la Casa de la Villa y
del Consulado, es el escudo vivo de la Villa de Bilbao. Guardando el puente se pone de lado para no
molestar y su Giraldillo vigila el viejo puerto. El gótico marcó su fábrica, el manierismo su portada y el
barroco remató su torre. Mira de frente al Mercado de la Ribera, sin olvidar que allí estuvo la Plaza
Mayor. Recorremos la Ribera dejando atrás Somera y Artekale para internarnos por Tendería, antigua
calle de Santiago, hacia la primera de las parroquias.
Basílica-Catedral de Santiago, primera parroquia de la Villa de Bilbao
Un pórtico de columnas inclinadas nos recibe como lo hace desde siempre para dar abrigo a vivos y
muertos. Una portada gótica con el escudo de la villa reclama y proclama quién es su dueño y señor:
iglesia de patronato de la villa. Una iglesia gótica en su pureza con tres naves con girola, triforio y
vidrieras, escudo en el coro alto para no olvidar. Luz y piedra, vieja y nueva. Anterior a Bilbao, pero
cambiante como ella. Por su portada neogótica salimos a la Plazuela de Santiago donde los
miradores de madera y cristal observan su aguja huérfana. Cruces de Santiago y conchas marcan el
camino.
Por la calle Bidebarrieta nos acercamos al Teatro Arriaga sin dejar de pararnos delante de la
Biblioteca Municipal, antiguo Palacio de las Libertades, sede de la Sociedad El Sitio, de aquellos
liberales que defendieron sus ideas luchando por ellas.
San Nicolás de Bari, cuarta parroquia de la Villa de Bilbao
Los Jardines del Arenal nos dejan ver entre sus árboles las torres barrocas de la antigua iglesia del
barrio marinero de Bilbao. San Nicolás de Bari está entre pescadores, sobre la puerta y bajo el escudo
de la villa. Dos torres y una espadaña dan la hora y enmarcan la entrada a una iglesia de altares sin
policromar donde la madera bien labrada cobra valor, contrastando con la imaginería barroca. Una
bóveda cubre el espacio esperando que llegue San Blas, con sus cordones y caramelos de
malvavisco.
San Francisco, quinta parroquia de la Villa de Bilbao
Atravesando los Jardines del Arenal y el puente por la calle Navarra, bajo la mirada de la Sociedad
Bilbaína y Don Diego López de Haro, llegamos a la Plaza Circular. La Estación de Abando nos muestra
Hurtado de Amezaga y el camino hacia la Quinta Parroquia. Dos agujas neogóticas nos señala esta
iglesia construida para el nuevo Bilbao que saltó la Ría. Una portada bajo arco de medio punto
envuelve un mosaico veneciano dando paso a tres naves cuyas columnas descansan sobre el mármol
rojo de Ereño. Elegantes vidrieras iluminan el Cristo de Medinaceli, el Nazareno, que espera el lunes
Santo para poder oír, una vez más, una saeta al recorrer el barrio de las Cortes.