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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Mühlhausen-Affing
(Lech Camping GmbH)
A las 18:30h, y tras hacernos 340 kilómetros de un tirón, llegamos a nuestro ya conocido del año
pasado Lech Camping de Mühlhausen, a pocos kilómetros de Augsburg. Como siempre, la
amabilidad en el trato por parte de la recepcionista es exquisita a pesar de no hablar nada de
español. Nos entendemos en inglés; bueno, eso de entendernos es un eufemismo, como bien
podéis intuir. Con ese inglés de bachiller que tantos quebraderos de cabeza me da, conseguimos
hacer la reserva y muy amablemente la buena señora coge su bicicleta y nos coloca en una
parcela compartida con unos cuantos italianos dicharacheros. Como buen español que se precie,
y tras haber ganado la Eurocopa, coloco mi camiseta de Fernando Torres y mi bandera española
en el parabrisas de la autocaravana. Los gritos de ¡¡¡campeones, campeones, oe, oe, oe!!!
resuenan a lo lejos como música celestial. Una pareja de españoles desde su caravana hacen
ondear sus banderas españolas convirtiendo el momento en una prórroga de la final contra los
alemanes. Como a los italianos no les hace mucha gracia el jolgorio patrio, optamos por
desmontar los bártulos futbolísticos, poner el oscurecedor delantero y saludar a los españoles con
menos efusividad de la empleada con anterioridad. Uno de los italianos, orgulloso y picajoso él,
saca una bandera azzurra y la coloca en la antena de la auto como el que corona el Everest. Me
reservo las palabras que le dedica sottovoce nuestro paisano español; los oídos castos se
sentirían ofendidos.
Mientras pasa la tarde, reposo en el sofá de la autocaravana tomando una cerveza sin alcohol,
escribiendo sobre Alemania, la que estoy viviendo, la mía. El calor hace incómodo el día y no he
tenido más remedio que poner un poco el aire acondicionado ya que esto se ha convertido en un
pequeño infierno. Cinco minutos son suficientes para bajar un poco la temperatura ya que el calor
y el sudor emborronan los intentos de reorganizar mis apuntes, mis ideas. La tinta se corre y
convierte en acuarela abstracta un cuaderno que guarda en desordenada caligrafía no los
recuerdos sino los pensamientos de un alma que cada vez es más alemana.
Tras la cerveza, me bebo una botella de agua, ni caldosa ni helada: una botella perfecta para ver
pasar media Alemania por mi mente. Con un fondo musical Chillout, intento recordar las
experiencias que he vivido los últimos días. Soy muy afortunado. Estoy consiguiendo realizar uno
de esos viajes que al regresar se añoran, un viaje que marca, un viaje imaginado con el alma. En
los días que llevamos, ya me he perdido y encontrado a mí mismo varias veces: despistado que
es uno. Uno creé que todo lo tiene controlado, que sabe cómo es. Pero no es así, te sorprendes a
ti mismo. Y, cuando te alejas del quehacer diario, de tu entorno, cuando eliminas los ruidos de los
atascos y ves la vida con una perspectiva de viajero ocasional por vacaciones, te das cuenta de
que las cosas que te preocupan a diario, muchas veces no merecen la pena porque están
manejando tus pensamientos como el viento maneja la arena del desierto.
Decidido a relajarme, me siento en la cama en una posición parecida a la del Loto pero con una
pierna sola (lo único que tengo flexible es el cerebro y no siempre…), y medito un buen tiempo
sobre un papel que se oscurece con la tarde, dejando volar la imaginación mientras, con los ojos
cerrados interiorizo la música.
El cariño por los sitios visitados, lo retuve al hacer mi primer viaje. Los cariños futuros sé que a
veces acabarán en la nada y, aún así, necesito constantemente descubrir nuevas cosas: inventar,
añorar, amar, sentir, jugar, vivir, imaginar; pero nunca olvidar lo que quiero.
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