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columnas romanas que sé que a Laura le van a impresionar; así que allí vamos, sin saber que nos

espera una visita algo surrealista.

Hasta ahora no hemos tenido problemas en ninguna iglesia, ni siquiera en San Pedro. Las chicas se

ponen un pañuelo en la cintura para cubrir las piernas, que los pantalones cortos dejan ver las rodillas

y eso es muy peligroso, y listo. Los hombres podemos enseñar las rodillas, y creo que hasta un huevo

si se nos antoja, que con esos pelos no representamos peligro para nadie.

Pero aquí tenemos a la entrada a la guardiana del calabozo, camuflada como señora de la limpieza.

Está con una fregona venga a fregar la iglesia, pero eso no es más que un disfraz: en realidad, es una

estricta vigilante del decoro y la decencia, y mi mujer ha osado penetrar en ese santuario de la moral

católica con un vestido que le deja los hombros al descubierto, exceptuando dos bandas tapadas por

los tirantes. ¡Los hombros! ¡Dónde vamos a llegar, Jesucristo va a desclavar sus manos de la cruz y a

taparse los ojos ante tal ofensa! Con muy malos modos, le pide que se tape, peaso guarra, mientras

agita la fregona como si le fuera a atizar con ella. Casi nos da la risa con la escenita, y Mari Jose,

alucinando, le dice que vale, que no se exalte, que ya se echa un pañuelo…

La tipa vuelve a pasar el mocho y nosotros vamos viendo la iglesia, que tampoco es que tenga mucho

excepto los grandes espacios abiertos de las antiguas termas, las gigantescas columnas romanas de

mármol rojo, y la curiosidad del meridiano solar y un péndulo de Foucault que hoy está parado (una

iglesia muy científica, ésta). En esto que Mari Jose ve a otras que se pasean con vestidos similares al

suyo sin pañuelo ni nada, y se mosquea: ¿esas sí pueden y ella no? Se quita el pañuelo, pero la vigilanta

camuflada no nos quita ojo, y ya viene a paso rápido pegando gritos y señalando con la fregona: ¡que

se ponga el pañuelo o nos vamos! Joder con la tipa… vale, se pone el pañuelo, pero también nos

vamos, que esto ya está visto. Mientras salimos, entran un par de chicas con aspecto de

norteamericanas que inmediatamente se llevan la bronca de la guardiana de la moral católica con

fregona y terminan por darse la vuelta. En fin…

Por hoy esto es todo: a comprar unos recuerdos que Laura quiere llevar a sus amigos, y vuelta al

camping a descansar. En Roma aún podríamos ver muchas cosas: no hemos visto el Moisés en San

Pietro in Vincoli, no hemos visto Santa María Maggiore con sus mármoles de colores, no ha habido

tiempo para pasear por Villa Borghese, a mí me habría gustado ver el Ara Pacis, que es algo que aún

tengo pendiente, tampoco hemos paseado por la Via Appia Antica junto a sus mausoleos… Y no hemos

disfrutado de la ciudad. Ha sido una visita de turismo maratoniano, y Roma no se merece esto.

Sabemos que Roma necesita casi una vida entera para verla toda, que eso no lo consiguen ni los que

viven allí y tampoco aspiramos a ello, pero esto ha sido agotador y sólo hemos visto la Roma

superficial, la de las postales. Lo sabemos, porque en otras ocasiones sí hemos disfrutado algo, no

mucho pero algo, de la verdadera Roma, con menos turistas, menos calor, y más tiempo. Roma no se

visita en 3 días, pero es lo que hay: los niños necesitaban esta primera pincelada, y ya tendrán tiempo

de volver y disfrutarla como se merece. Todavía queda mucho por ver en este viaje, y Roma era, para

los adultos de la familia, un destino ya muy trillado, que además nos ha decepcionado mucho en

verano. No se puede visitar Roma en verano.