Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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En el sótano de este edificio está la cámara de gas perfectamente camuflada como si fueran
duchas. Unos azulejos blancos en su origen y ahora amarillentos debido al paso del tiempo
decoran la lúgubre estancia. La visita a esta habitación es una sensación difícil de explicar. Es un
lugar claro, por el reflejo de sus baldosas pero oscuro por los conductos del gas. Es una mezcla
de engaño y sufrimiento. Por un lado representada por las alcachofas de ducha que nunca
sirvieron para su finalidad y por el otro por lo oscuro y escondido del conducto verdadero de las
emanaciones de gas. A esa mezcla de sensaciones se suma la gran mirilla de cristal construida
en la puerta de la cámara a través de la cual los verdugos contemplaban la agonía de sus
víctimas. Podéis observar, si visitáis esta parte del campo, el grosor de la puerta, fabricada así
para que se pudiese cerrar herméticamente; tiene un aspecto terrible.
Resulta complicado intentar describir el respeto que genera este espacio que no hace sino
contribuir a una reflexión íntima sobre la condición humana, sobre la dualidad entre el bien y el
mal, sobre los límites de la razón y de la locura. Todo ello a pesar de saber que éste no fue un
campo que destacara especialmente por el uso de la cámara de gas. Mauthausen era un campo
de categoría tres, de no regreso, pero en este caso la eliminación del enemigo estaba planificada
mediante trabajos físicos en la cantera y en otros campos adyacentes que contribuían al beneficio
de la economía del III Reich. Aún así, insisto, este lugar es espeluznante. El interior de la cámara
también está lleno de recordatorios a las víctimas, de ramos de flores y de placas de homenaje.
Hay varias placas españolas tanto personales como de asociaciones republicanas.
Por las alcachofas salía el gas Zyklon B; cuando los presos se daban cuenta de lo que pasaba se
abalanzaban sobre la puerta para intentar abrirla. Mientras vomitaban, se empujaban hasta que
iban perdiendo el sentido y caían amontonados. Después de que transcurriera un tiempo
prudencial para que la habitación se ventilara, entraban otros presos para sacar los cuerpos. A
continuación eran llevados a una habitación cercana donde les extraían los dientes de oro o
cualquier otra cosa de valor. Es donde estaba la llamada Mesa de disecciones, la cual aún
permanece en el centro de la habitación.