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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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La visita al Campo de
Concentración de Mauthausen
El aire quema y el calor es insoportable; todo parece que conforma un único escenario de horror y
patetismo. Apenas se ve un alma. La sensación que tengo es la de esos días de calor, de
bochorno que aumentan el pesar y la nostalgia. Media docena de autocaravanas, dos autobuses y
poco menos de diez o doce coches, forman la escuadra del parking. El silencio es sepulcral. Tan
solo el repiquetear intermitente de los cables metálicos en unos mástiles rompe la terrible
serenidad.
Respiro hondo perdiendo la mirada, unas veces en las altivas, imponentes, simétricas,
puntiagudas y escalofriantes torres de vigilancia; otras, en la sobriedad grisácea de los muros que
encerraron muerte. De vez en cuando me giro para ver el callado y sereno hábitat donde miles de
personas perdieron su vida. Las verdes praderas que rodean el campo de concentración, parecen
haber sido puestas para mejorar el paisaje, como si se hubiesen puesto a propósito para el
decorado de una película. Es una visión de 360 grados, una perspectiva íntima de un entorno, que
a uno, se le hace familiar; la visita el año pasado a Dachau puede que sea el motivo. Durante
cinco o diez minutos deambulamos por los aledaños de la puerta de entrada, sufriendo las futuras
pisadas, desvelando sensaciones de dolor en las que el alma demanda rabia. En cada clic visual
imagino sufrimiento, desesperanza, horror. Estamos en Mauthausen, y estar en Mauthausen es
estar en la historia, es tocarla y sentirla. No sólo leerla. Para mí es especial. Espero poder
transmitiros un poco de esa sensación.
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