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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Visto el dantesco espectáculo, pasaban la criba médica (los no aptos para el trabajo iban
directamente a la cámara de gas) y, afeitados de la cabeza a los pies con navajas deterioradas, se
les duchaba con agua muy caliente o muy fría ante la diversión de los SS. Tras esta "bienvenida",
les entregaban el Drillich, el característico traje de rayas azules y blancas, una gorra (Mutzen),
unos zuecos de madera, un plato y una cuchara. Y más vale que no perdiera nada, porque les
podría costar la vida. Por regla general, la ropa olía a podrido, probablemente porque había
pertenecido a algún preso cadavérico muerto el día anterior. En el caso de los españoles, sus
trajes mostraban un triángulo invertido de color azul (apátridas) con una letra "S" (Spanien,
español) de color blanco cosida en su interior y un número escrito en negro sobre una banda
blanca. Así ataviados, eran enviados a las barracas de la cuarentena, período en el que se
averiguaba si estaban capacitados para realizar los “trabajos” que les esperaban. Los aptos
pasaban a las barracas 11, 12 y 13 del campo, donde se encontraban la mayoría de los
españoles. Y, a partir de ahí, era importante aprender el número en alemán, responder ¡Presente!
cuando le llamaban y descubrirse en posición firme para dirigirse a los SS y a los Kapos. Tras
pasar el periodo de cuarentena, eran conducidos a los barracones, donde dormían en camastros
de madera de tres alturas, hacinados y en pésimas condiciones. En algunos casos tenían que
dormir con los pies cruzados con el cuerpo de otro porque faltaba sitio. Las barracas, largas, con
filas inacabables de literas y armarios, tenían en el centro dos puertas. Una llevaba directamente a
las letrinas, sucias, amarillentas, malolientes... con dos grandes picas con veinte o veinticinco
grifos para lavarse. La otra puerta daba paso a otra habitación, con una estufa, donde dormían el
jefe de la barraca y su secretario.
Una vez que el campo se terminó de construir, para los presos que subían por primera vez la
empinada cuesta, aparecía la dramática estética del recinto nazi: unos altos muros de piedra gris y
una enorme puerta de madera en construcción. Los ojos asombrados de los demacrados
prisioneros quedaban fijados en una grandiosa águila de cobre verde que coronaba la puerta
sujetando con sus garras la cruz gamada.
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